lunes, 22 de octubre de 2012

Maratón en la ciudad polaca de Poznań: la importancia de la sotana

Maratón en la ciudad polaca de Poznań: la importancia de la sotana
   A don Adam, sacerdote, se le ocurrió la idea de dar su número de teléfono a los organizadores del maratón por si era necesario para algo. El servicio fue aceptado gratamente…


      Józef es un joven profesional de treinta años, ingeniero de telecomunicaciones. Józef procede de los Tratas, las montañas al sur de país. Fuerte, decidido, deportista. Sin pensarlo dos veces y sin mucho entrenamiento se presentó por segunda vez en su vida al maratón de la ciudad de Poznań, en donde reside, a principios el mes de octubre del año 2012.

      El ayuntamiento de la ciudad preparó por vez trigésima este acontecimiento con bastante detalle. En el kilómetro catorce uno de los participantes tuvo problemas cardíacos y desfalleció. Józef corría un poco más atrás y pudo prestarle los primeros auxilios. Enseguida apareció una enfermera especialista y una ambulancia de socorro. Józef estuvo un rato observando la situación. Como veía que de su parte nada podía hacer, decidió —además de rezar un Padrenuestro y Avemaría— seguir la carrera y no llegó a ver la presencia de un sacerdote que participaba en el maratón con una indumentaria especial: ¡corría con la sotana puesta!


      Don Adam es un sacerdote de treinta cinco años, de metro ochenta y cinco, noventa de peso: no es ciertamente un peso ligero. A don Adam se le metió en la cabeza la idea de participar en el maratón de Poznań corriendo con sotana. Ciertamente tiene experiencia, como todos los sacerdotes polacos, de las marchas de peregrinación en agosto hacia Częstochowa, siempre con la sotana puesta y con estola, confesando a los peregrinos andantes.

      Don Adam antes de inscribirse habló con la organización pidiendo un permiso un tanto especial: —Mire usted, soy un sacerdote católico y quisiera correr la maratón en sotana, ¿es posible? —Por supuesto, corra usted como más le plazca y como más cómodo se sienta. Con su negra sotana, el blanco alzacuellos y unas buenas zapatillas empezó la carrera. Tenía, como es prescriptivo, el número junto con su nombre cosido con imperdibles en la parte delantera de la sotana y por la parte de atrás una inscripción polaca: Bóg jest (Dios existe)

      Además a don Adam se le ocurrió la idea de dar su número de teléfono celular a los organizadores por si era necesario para algo. El servicio fue aceptado gratamente. Cuando estaba en el kilómetro trece sonó el teléfono y don Adam, sin dejar de correr, escuchó la voz imperiosa de una mujer: —Soy la enfermera médico del maratón y tenemos en el puente Hetmański –kilómetro catorce– un corredor con paro cardíaco, ¿podría acercarse usted hasta aquí? —Yo estoy en el kilómetro trece, así que acelero la marcha y estoy en unos pocos minutos.

      Don Adam atendió a Paweł, le dio la absolución sacramental y estuvo con él rezando hasta que la ambulancia se lo llevó. El sacerdote siguió la carrera acabándola en algo más de cinco horas y los últimos kilómetros los aprovechó para confesar a varios de los participantes, que le preguntaban: —¿Es usted un cura de verdad o va disfrazado? —Auténtico: católico romano. —Pues entonces confiéseme usted. Cuando llegó a la meta se interesó por Paweł y le dieron la triste noticia de su fallecimiento.

      A los pocos días don Adam quiso visitar a la mujer de Paweł con sus dos hijos. La mujer, serena en medio de todo el dolor, le dijo que el primer viernes del mes, antes de la maratón, toda la familia había asistido a la Santa Misa, se habían confesado y comulgado. Paweł era devoto de la comunión en los primeros viernes de mes y precisamente ese último día se cumplía el novenario. La intercesión de Santa María había previsto la presencia del sacerdote con sotana corriendo en la maratón de Poznań para que Paweł, aunque ya estaba bien preparado, contara hasta desde un punto de vista también físico con la presencia —junto a su lado— de un sacerdote católico.

      Josef acabó la carrera un poco antes que don Adam. En el momento que se encontró junto a Paweł llamó a un amigo sacerdote —que no corre maratones— para pedirle oraciones por el corredor caído. Y se da la casualidad, que ese sacerdote, deportista no convencido, dirige un círculo de formación permanente para sacerdotes, y don Adam es uno de los participantes habituales.

Ignacio Soler Ferrán

Almudí

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