A
don Adam, sacerdote, se le ocurrió la idea de dar su número de teléfono
a los organizadores del maratón por si era necesario para algo. El
servicio fue aceptado gratamente…
Józef
es un joven profesional de treinta años, ingeniero de
telecomunicaciones. Józef procede de los Tratas, las montañas al sur de
país. Fuerte, decidido, deportista. Sin pensarlo dos veces y sin mucho
entrenamiento se presentó por segunda vez en su vida al maratón de la
ciudad de Poznań, en donde reside, a principios el mes de octubre del
año 2012.
El
ayuntamiento de la ciudad preparó por vez trigésima este acontecimiento
con bastante detalle. En el kilómetro catorce uno de los participantes
tuvo problemas cardíacos y desfalleció. Józef corría un poco más atrás y
pudo prestarle los primeros auxilios. Enseguida apareció una enfermera
especialista y una ambulancia de socorro. Józef estuvo un rato
observando la situación. Como veía que de su parte nada podía hacer,
decidió —además de rezar un Padrenuestro y Avemaría— seguir la carrera y
no llegó a ver la presencia de un sacerdote que participaba en el
maratón con una indumentaria especial: ¡corría con la sotana puesta!
Don Adam
es un sacerdote de treinta cinco años, de metro ochenta y cinco,
noventa de peso: no es ciertamente un peso ligero. A don Adam se le
metió en la cabeza la idea de participar en el maratón de Poznań
corriendo con sotana. Ciertamente tiene experiencia, como todos los
sacerdotes polacos, de las marchas de peregrinación en agosto hacia
Częstochowa, siempre con la sotana puesta y con estola, confesando a los
peregrinos andantes.
Don Adam antes de inscribirse habló con la organización pidiendo un permiso un tanto especial: —Mire
usted, soy un sacerdote católico y quisiera correr la maratón en
sotana, ¿es posible? —Por supuesto, corra usted como más le plazca y
como más cómodo se sienta. Con su negra sotana, el blanco
alzacuellos y unas buenas zapatillas empezó la carrera. Tenía, como es
prescriptivo, el número junto con su nombre cosido con imperdibles en la
parte delantera de la sotana y por la parte de atrás una inscripción
polaca: Bóg jest (Dios existe).
Además
a don Adam se le ocurrió la idea de dar su número de teléfono celular a
los organizadores por si era necesario para algo. El servicio fue
aceptado gratamente. Cuando estaba en el kilómetro trece sonó el
teléfono y don Adam, sin dejar de correr, escuchó la voz imperiosa de
una mujer: —Soy la enfermera médico del maratón y tenemos en el
puente Hetmański –kilómetro catorce– un corredor con paro cardíaco,
¿podría acercarse usted hasta aquí? —Yo estoy en el kilómetro trece, así
que acelero la marcha y estoy en unos pocos minutos.
Don Adam atendió a Paweł,
le dio la absolución sacramental y estuvo con él rezando hasta que la
ambulancia se lo llevó. El sacerdote siguió la carrera acabándola en
algo más de cinco horas y los últimos kilómetros los aprovechó para
confesar a varios de los participantes, que le preguntaban: —¿Es usted un cura de verdad o va disfrazado? —Auténtico: católico romano. —Pues entonces confiéseme usted. Cuando llegó a la meta se interesó por Paweł y le dieron la triste noticia de su fallecimiento.
A
los pocos días don Adam quiso visitar a la mujer de Paweł con sus dos
hijos. La mujer, serena en medio de todo el dolor, le dijo que el primer
viernes del mes, antes de la maratón, toda la familia había asistido a
la Santa Misa, se habían confesado y comulgado. Paweł era devoto de la
comunión en los primeros viernes de mes y precisamente ese último día se
cumplía el novenario. La intercesión de Santa María había previsto la
presencia del sacerdote con sotana corriendo en la maratón de Poznań
para que Paweł, aunque ya estaba bien preparado, contara hasta desde un
punto de vista también físico con la presencia —junto a su lado— de un
sacerdote católico.
Josef
acabó la carrera un poco antes que don Adam. En el momento que se
encontró junto a Paweł llamó a un amigo sacerdote —que no corre
maratones— para pedirle oraciones por el corredor caído. Y se da la
casualidad, que ese sacerdote, deportista no convencido, dirige un
círculo de formación permanente para sacerdotes, y don Adam es uno de
los participantes habituales.
Ignacio Soler Ferrán
Almudí
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