miércoles, 22 de mayo de 2013

EL HERRERO DE ZURICH


Cuentan que en una antigua casa de un herrero de Zürich está impresa esta leyenda, que aún hoy puede leerse: «Si hubiese que poner un candado a toda boca mala, entonces la noble herrería sería el primer gremio de la tierra».

Las facciones nacen de la envidia y en la vida cotidiana se alimentan por la lengua. La murmuración es el vehículo apropiado para generar división en cualquier grupo humano, también en el de los seguidores de Cristo.

Es imposible detener la maledicencia de otros. Ya se lo dijo don Quijote a Sancho, cuando este último lamentaba las críticas que recibía: «No te enojes, Sancho, ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven tú con segura conciencia, y digan lo que dijeren, que es querer atar las lenguas a los maledicentes lo mismo que querer poner puertas al campo» (Parte II, c. LV).


No conviene, por tanto, preocuparse de lo que otros digan. Más bien, hay que ocuparse en frenar la propia inquina y sofocar de raíz la murmuración en nuestra alma. Este propósito pasa por unos medios bien concretos, sugerencias para nuestro último rato de oración.

En primer lugar, podemos preguntarnos si estamos en disposición de aplaudir lo que otros hacen bien. ¡Cuántas veces procuramos deslegitimarlo para quedar en mejor posición o que se subraye lo bien que hacemos nosotros las cosas!

En esa misma línea, hemos de examinar si somos capaces de ocultar, con el manto de la caridad, lo que el prójimo hace mal. En definitiva, ¿respeto la fama de los demás? ¿O bien, con la excusa de que «es verdad», me dedico a dinamitarla? Recuerda que no es disculpa. La difamación no es mejor que la calumnia.

En segundo lugar, es bueno pensar si he sido capaz de devolver la buena fama a quien dejé en mal lugar, ya por un comentario malicioso, ya por una apreciación inadecuada. A veces no es sencillo, otras veces, sí. Sin embargo, siempre es posible redoblar la oración por el agraviado y aplicarnos ciertas mortificaciones que reparen la ofensa cometida.

Finalmente, es muy útil entrenarse en la prudencia para lograr el objetivo de no murmurar nunca y ser generadores de unidad. ¿Quieres no hablar nunca mal? No pienses mal. ¿Quieres no pensar mal? No juzgues nunca. Cuanto más lejos pones la lucha, más fácil es la victoria.

Fulgencio Espá, Con El, mayo 2013, p. 110



1 comentario:

  1. Sabias palabras de Don Quijote y de la herraruría. Las habladurías son el mejor camino para sembrar cizaña. Un abrazo

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