lunes, 4 de mayo de 2015

¿Donde estabas, Señor, cuando murió mi hijo?

   
   El árbol de la vida. Actor principal, Brad Pitt. Ella, Jessica Chastain. Ambientada en los años cincuenta. La desgracia se cierne sobre la católica familia de los O’Brien cuando muere el segundo de los tres hijos. Era un muchacho adorable –un ángel– lleno de ternura, servicial y amante de su familia y de sus hermanos. El filme lo presenta en una forma absolutamente genial: un chico normal que se divierte y hace travesuras, y que ha comprendido también cómo expresar el amor a sus padres y hermanos con gestos de cariño y de servicio.

   Ante la muerte inesperada del pequeño, la madre desea morirse. Rompe a llorar. Desgarrada interiormente, dirige entre lágrimas su oración a Dios: Señor, ¿dónde estabas cuando murió mi hijo? ¿Dónde?…

   ¡Cuántos corazones claman así ahora mismo por todo el planeta! Sí, ahora mismo, en este mismísimo instante. ¿Serás capaz de ser insensible? ¿Cuánta gente sufre ahora mismo más de lo que nosotros llegamos a imaginar?

   Ese grito a Dios es la voz ahogada del no nacido muerto en el seno de su madre, es la mirada perdida –triste– de tantos refugiados… son las lágrimas derramadas por el odio, la venganza, la violencia, el abuso de poder… Diariamente azota el orbe de la tierra la desgracia, y diariamente miran los hombres al cielo para pedir a Dios, por lo menos, una explicación: ¿Dónde estás, Dios mío, cuando la desgracia viene? ¿Por qué me dejas siempre tan sola, tan solo?


¿No te hace sufrir –al menos algo– el universal grito de dolor que se alza cada día, cada instante, a los ojos de Dios? ¿No?

El director de la película consigue que Dios sea el protagonista del filme. Después de la sentida queja de la madre –que es el dolor de toda la humanidad– la pantalla se queda en negro, y aparece en letras grandes una bellísima cita del libro de Job (Jb 38, 4):
«¿Y tú dónde estabas cuando yo fundaba la tierra?».

Esta es la respuesta de Dios. Los hombres no existíamos cuando nuestro Hacedor preparaba el mundo entero para nosotros. Todo: los mares, los océanos, las montañas, los cielos y la tierra; todo al servicio del hombre. Es como si Dios dijera: lo he hecho todo para ti, para que disfrutes de la belleza de la creación y llegues al Cielo y ahí sigas disfrutando para siempre. Todo bello. Todo gracia. Tú, con el pecado, has frustrado este plan… y, sin embargo, estoy dispuesto a seguir amándote.

"Cuando pasaba esa desgracia Yo estaba en la Cruz". Esa es la respuesta definitiva a las consecuencias del mal uso de la libertad de las mujeres y los hombres. Cuando subió a la Cruz, Jesús cargó con todos los pecados de la humanidad entera y, además con todo el dolor y sufrimiento que generamos dándoles un sentido nuevo.

Toda la película es un diálogo donde Dios trata de demostrar al hombre su inmenso Amor. En el fondo, nuestra vida es un diálogo con Dios donde Él trata de mostrarnos de mil modos que está muy presente en todas nuestras cosas. Dios es el primer interesado en responder a esa pregunta decisiva de los corazones humanos: ¿dónde estás, oh Dios? Y Él contesta: busca, y me encontrarás, y entonces, ¡qué alegría! Buscarle es ya encontrarle. Como dice el salmo: Laetetur cor quaerentium Dominum!– ¡Que se alegre el corazón de los que aman a Dios! (Sal 24).

Trata de encontrar a Dios. Para hacerlo, escucha el evangelio: vendremos al creyente y haremos morada en él (cfr. Jn 14, 23).

Para iniciar esta búsqueda del Dios vivo, para responder a la pregunta decisiva… empieza por remover dentro de ti. Con un poco de silencio te sorprenderá la respuesta.

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