lunes, 27 de marzo de 2017

Los sueños de un enamorado

No había pasado ni un mes desde que comenzó a salir con aquel muchacho, que todo hay que decirlo, parecía muy buen chico, y ya había pasado por su imaginación mil y un situaciones y planes con él. Había ya pensado en cómo irían a la casa de su familia en la sierra, en cómo celebrarían su cumpleaños, las vacaciones… 

Por supuesto cuándo conocería a sus padres y a sus hermanos. Y sobre todo las horas se le hacían segundos cuando estaba con él haciendo cualquier cosa. Y atropelladamente por la emoción me contaba todo a la vez haciendo casi imposible aclararse con algo. Era evidente que se había enamorado, y con fuerza. Menos en el atropellamiento de las palabras, todo lo demás lo puedes encontrar en la primera lectura de hoy.

Dios anuncia lo que va a hacer: Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. Regocijaos, alegraos por siempre por lo que voy a crear: yo creo a Jerusalén «alegría», y a su pueblo «júbilo» (Is 65, 17-18). Se muestra prendado de su pueblo, sueña con estar con él y compartir esa alegría: Me alegraré por Jerusalén y me regocijaré con mi pueblo (Is 65, 19). 

Y hace planes, planes propios de enamorado que imagina la vida con quien ama: Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán los frutos (Is 65, 21). Así proyecta Dios la vida nueva de su pueblo y su alegría compartida.

¿Has pensado alguna vez que tú estás en esos sueños de Dios? ¿Que el Señor sueña contigo, piensa en ti, que estás en su mente y en su corazón? ¿Y que desea compartir esos proyectos de su corazón contigo? Solo considerar esto te llevará al sobrecogimiento que produce descubrir el amor verdadero, y más cuando se trata del amor de Dios.

¿Qué supone el amor del enamorado para la persona amada? Sin duda, que se convierte en el foco de atención que ama, y esto quiere decir que se volcará en buscar lo bueno para la persona amada. Es propio del que quiere colmar de atenciones y detalles a la persona amada. Por eso no es de extrañar que para su pueblo el amor de Dios sea causa de toda clase de beneficios: Ya no se oirá en ella llanto ni gemido; ya no habrá allí niño que dure pocos días, ni adulto que no colme sus años (Is 65, 19-20). 

Se cumplen las palabras del salmo de la misa: Cambiaste mi luto en danzas (Sal 29, 12). El amor de Dios cambia a su pueblo, cambia su situación de desgracia por el cumplimiento de la promesa de vida. A Israel –permíteme la expresión– le ha tocado la lotería con el amor que Dios le profesa. Nada había en aquel pueblo merecedor del amor de Dios, no era el más sabio, ni el más fuerte, ni el más numeroso, y sin embargo fue el elegido por Dios como objeto de su complacencia.

También a ti te ha tocado la lotería con el amor que Dios te tiene. Porque tú tampoco lo mereces, ni hay nada en ti que sea digno de ser amado por Dios que no haya puesto antes para adornarte. El amor de Dios te es ofrecido sin que lo preceda nada meritorio por tu parte. Por eso da gloria a Dios, agradécele su predilección por ti. Haz tuyas las palabras del salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Antonio Fernández, Con Él, 27 marzo 2017

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