La hostilidad y los enfados tan propios de los gruñones crónicos aceleran el declive normal de los pulmones con el paso de los años, según un estudio publicado en el último número de la revista especializada británica Thorax.
En 1986, los autores, médicos de la escuela de sanidad pública de Harvard (EEUU), reclutaron a un grupo de 670 hombres de edades comprendidas entre 45 y 86 años, con un promedio de 62 años, y midieron su grado de hostilidad con un test llamado escala Cook-Medley.
La función respiratoria de estos hombres también fue evaluada al principio del estudio. Estos voluntarios fueron examinados varias veces a lo largo de ocho años por término medio.
Después de eliminar eventuales influencias que pudieran falsear los resultados, como el tabaquismo, los autores comprobaron que los resultados de hostilidad, persistente al cabo del tiempo, estaban relacionados con las capacidades respiratorias. Niveles de acritud altos se correspondían con un índice acelerado del declive natural de la función pulmonar observado con la edad.
Cada punto suplementario en la escala de la hostilidad era asociado con una pérdida de capacidad respiratoria (medida por el volumen del aire máximo expirado por segundo o VEMS) de 9 ml/año, comparada con la de los hombres de temperamento más bonachón o menos irascibles. La hostilidad y la cólera fueron relacionados con numerosos problemas de salud como las enfermedades cardiovasculares, el asma o la mortalidad, aunque esta asociación no aparezca siempre de modo uniforme y explícito.
Según estudios anteriores, el estrés y las emociones tienen efectos a corto plazo sobre la función pulmonar. Emociones negativas, como la ira y la hostilidad, alterarían los procesos nerviosos y hormonales, lo cual podría perturbar el sistema inmunitario e inducir una inflamación crónica, sugiere el equipo del doctor Rosalind Wright.
Resulta difícil encontrar una enfermedad en la que las emociones y el estrés no influyan en la severidad de los síntomas, su frecuencia o su intensidad, comenta en un editorial de la revista el doctor Paul Lehrer (Nueva Jersey, Estados Unidos). Pero una asociación no implica necesariamente un vínculo de causalidad, recuerda.
“La personalidad, como la fisiología, puede cambiar en el transcurso del tiempo, y el deterioro de la salud y de las funciones físicas puede conllevar emociones negativas, y todo lo contrario, incluido a nivel de las funciones respiratorias”, añade.
Los enfados son casi siempre contraproducentes. Aunque tenemos el testimonio de que Jesucristo mismo se enfadó (echando a latigazos a los mercaderes del templo), también sabemos que el enfado fue producido por razones de amor a Dios (lo que en inglés llaman Divine Rage o Ira Divina).
Y el resto o son pantomimas que no deben llegar más allá (no debemos interiorizarlas) o nos llegan a perturbar, a quitar la paz, a determinar en el futuro. Los eventos no deben llegar tan dentro. La llave de nuestra felicidad no la debe tener un evento u otra persona distinta a nosotros. Como escribe San Josemaría:
“¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato… y te has de desenfadar al fin? (Camino, 8). anecdonet.com Juan Ramón Domínguez Palacios http://anecdotasypoesias.blogspot.com.es |
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