No es frecuente, y a ninguno de nosotros, me supongo, le gustaría verse envuelto en una situación semejante: un choque frontal de coches, y sufrir el embiste del vehículo que camina en dirección contraria a la señalada.
Una curva de visibilidad espacial limitada, una velocidad moderada, y en cada vehículo solo el conductor: una mujer; las dos, profesionales, madres de familia, y dejados atrás los últimos años de la primera juventud.
La que sufre el golpe reacciona con calma. El llevar a delante a su familia, marido y ocho hijos le ha dado una serenidad y un dominio de su sistema nervioso, que se ve fortalecido por una fe viva en la Providencia divina. Una petición a la Virgen Santísima para que todo se arregle en paz, es la primera reacción que surge del profundo de su alma.
La que se despista, invade el carril contrario, marcado además con doble línea continuada, y apenas sale del coche explota con nerviosismo, sin llegar a dar rienda suelta a una reacción histérica. Su sorpresa es mayúscula cuando la víctima se acerca a ella con serenidad y la invita, sonriendo, a rezar una Avemaría y a pedirle a la Madre de Dios un poco de paz.
En la calma del silencio llegan las grúas, los policías; se restablece el tráfico; y las dos se descubren ilesas, sanas y salvas. Y comienza una siembra de amistad.
La fe de la víctima, profesional de prestigio, la mueve a preocuparse de la situación de la otra conductora que pronto manifiesta una situación inquieta familiar y personal: ha abandonado la práctica de la fe, apenas reza y reconoce que Dios, que Jesucristo, está bastante lejos del entorno de su vivir cotidiano.
Un mensaje a tiempo le mueve a considerar que a lo mejor Dios quiere aprovechar el choque fortuito para decirle algo que la mueva a ampliar los horizontes de su vivir, a la vez que la pueda devolver a los tiempos de su primeros pasos adolescentes cuando frecuentaba la parroquia y se preparaba para recibir el sacramento de la Confirmación.
La víctima, que descubre un cierto malestar en el brazo derecho a causa del golpe, ofrece al Señor sus dolencias, y le pide que la nueva amiga recupere activamente su vida de fe. La amistad crece, y con ella, la confianza entre las dos mujeres.
El marido de la que ha provocado el accidente reacciona ante el choque frontal poniéndose a disposición de su mujer. No habla de lo que puede costar la reparación del vehículo, que no la cubrirá el seguro; y se prepara para ayudarla en todo lo que sea necesario. Semanas antes, el posible divorcio era el tema central de sus conversaciones.
Pasados dos días la víctima, que ha conocido y participado en alguna actividad del proyecto de amor conyugal, da gracias a Dios al recibir un mensaje de su amiga en el que manifiesta su disposición para salvar el matrimonio, y le dice que ya está rezando a la Virgen, Reina de las Familias, para que todo llegue a buen término, aunque no está segura de que sus oraciones puedan servir para algo.
Pasan unas semanas, todos los papeles arreglados, los coches reparados, los matrimonios ya se han conocido y han tenido una reunión familiar llena de paz y serenidad. Han bendecido la mesa, comiendo todos juntos, padres e hijos. La Virgen María estaba también por allí, sin ser vista.
Dentro de unas semanas, un retiro espiritual del proyecto de amor conyugal, volverá a ver reunidos los dos matrimonios.
Los efectos del choque frontal de coches no se han quedado abandonados y desparramados en la carretera. La fe de una persona, de un solo creyente, revitaliza la fe en Cristo, la fe en la Iglesia, en la única Iglesia fundada por Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
Ernesto Juliá
religionconfidencial.com
Juan Ramón Domínguez Palacios
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