Estaba charlando con un amigo de la universidad sobre la existencia de Dios y el sentido de la vida. La situación era una animada conversación, entre dos clases, tomando una cerveza; teníamos una hora disponible, la pasamos debatiendo intensamente.
Cuando ya se nos acababa el tiempo, mi amigo veía que cada vez tenía menos argumentos contra la existencia de Dios y, por lo tanto, aprovechar la vida para hacer cosas buenas me dijo algo que me impactó mucho: «Basta, no sigas.
Sé que tienes razón: Dios existe y el cristianismo es cierto; estoy desperdiciando mi vida, pero prefiero no pensarlo, porque sino tendré que cambiar y no quiero, me supondría un gran esfuerzo». Intenté hacerle ver lo absurdo de su argumento pero él ya no quiso seguir hablando. Al menos tuvo el honor de admitirlo, otros ni eso.
Javier Polo
anecdonet.com
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