Muchas cosas han cambiado en mi vida en muy poco tiempo. Entre ellas, ser capaz de ponerme ante unas cámaras de televisión. No habían pasado ni cinco días desde mi regreso de Polonia con una familia ucraniana que huye de la guerra, cuando tuve que vencer mi reserva natural y atender la petición del canal autonómico andaluz de televisión.
Me llamo Rafael, soy farmacéutico, estoy casado, tengo cuatro hijos y una buena farmacia en Marbella.
Mejor dicho, tenía una buena farmacia en Marbella.
Me gusta la gestión farmacéutica; pero no tanto la venta. Así que, de acuerdo con mi esposa, decidí venderla con un doble propósito: emplear los beneficios para ayudar a los demás y dedicarme a reflotar farmacias en mala situación y venderlas.
Una cosa es querer ayudar y otra es encontrar cómo. La oportunidad vino por la guerra de Ucrania. ¿Por dónde empiezo? Preguntando me pusieron en contacto con D. José Antonio, que fue vicario del Opus Dei en Rusia durante varios años, en los que también visitó Kiev en varias ocasiones, y ahora vive en Granada.
A los dos días, D. José Antonio me puso en contacto con Olga y su familia. Nos comunicamos por correo electrónico, WhatsApp y videoconferencia. El matrimonio tiene dos hijos, Andrii de cinco y Marina de seis años; Olga estaba refugiada con sus dos hijos en unas dependencias de unas monjas en Czestochowa, junto con otras muchas familias; su marido había tenido que quedarse en Ucrania. Aunque aún no está movilizado, solo dejan salir a los varones en edad militar si son padres de tres o más hijos, así que allí él se ocupa de un centro de acogida de menores.
Vivimos en una casa grande y tres de mis hijos están en la universidad, en Madrid, Bilbao y Pamplona, así que la acogida se presentó como la mejor opción. Organicé el viaje enseguida y pedí a un hermano de mi mujer, mucho más joven que yo, que me acompañara.
El 7 de marzo hicimos el viaje de ida (Marbella-Bilbao-París-Dresde-Czestochowa) sin novedad; pero lo que nos encontramos en el refugio de las monjas me impactó hasta vencer mi frialdad natural. Hablé con los refugiados, hice cierta amistad con algunos en particular…, su situación me partía el alma.
Había que ser prácticos, uno puede ayudar pero no resolver todo el problema. Olga tenía planeado ir a Alemania. Es profesora de inglés en una academia propiedad de su familia y habla perfectamente ruso, ucraniano y polaco, inglés casi a la perfección y se defiende bastante bien en español. Al final, la confianza que le da el Opus Dei, por la referencia de D. José Antonio y el hecho de que yo sea supernumerario, le llevó a venir a España.
El viaje de regreso fue más emocionante. Olga y sus hijos carecían de documentación reconocida internacionalmente, así que hubo que buscar alojamientos en los que nos permitieran alojarnos con estas irregularidades. Uno de los hoteles, en Pamplona, puso muchas pegas, lógicas; pero accedió después de mucho insistir. Cuando nos marchamos al día siguiente, no nos quisieron cobrar la estancia. En una estación de servicio, el gasolinero que nos atendió regaló a los niños un buen puñado de chucherías y muñequitos.
Con todo, fueron etapas de 1.400 kilómetros diarios; los dos niños se portaron muy bien… hasta llegar a Antequera, a media hora de nuestro destino, cuando vomitaron; aunque habíamos elegido las rutas con menos curvas. Los pobres críos, al llegar a casa y ver la piscina, se lanzaron tal como venían, a pesar de que llovía bastante. Era el domingo 13 de marzo, una semana de emociones intensas.
Uno puede pensar que esta ha sido una bonita aventura; pero la verdadera aventura empieza justo después. Olga y sus hijos viven por ahora con nosotros, mientras encontramos condiciones más estables para ellos, pues no sabemos cuánto tiempo puede durar.
Por ejemplo, en mi casa somos muy organizados, orden, horarios, silencio, etc., y nuestros tres huéspedes están poniendo a prueba estas hechuras. Mi hijo pequeño ansiaba tener hermanitos; pero dos de golpe, y creciditos le ha descolocado: “esto es lo que hay”, le he tenido que decir.
Durante el viaje de vuelta mi mujer me llamó para decirme que había dado positivo por covid, por lo que estuvo una semana aislada en su habitación; esto hizo que me tocara ir con Olga a hacer la compra: cuando me vio comprar chorizo, jamón y esas cosas me preguntó recelosa si era comida saludable… ¡Muy saludable!, contesté.
Inmediatamente me puse a proporcionar “papeles” para Olga y sus hijos. Conseguimos enseguida el empadronamiento, necesario para muchas cosas, y el NIE (Número de Identificación de Extranjero) por un año, necesario para trabajar. Inscribimos a los niños en los colegios de Attendis a los que han ido mis hijos y aún va el menor, con ayuda de otros padres, pues son colegios privados y hay que pagar la escolaridad.
Con la ayuda de algunos de estos padres de los colegios Las Chapas y Ecos y de una empresa organizadora de una feria de empleo, he encontrado dos ofertas de trabajo adecuadas a las condiciones profesionales de Olga, y ya está trabajando como secretaria en un despacho de abogados que valora su conocimiento de idiomas. Ahora está interesada en contratarla una empresa de telecomunicaciones propiedad de unos ucranianos que se han instalado en Marbella.
A los pocos días de llegar me llamaron de dos televisiones para entrevistarnos. Olga accedió solo porque pensó que así podía movilizar a otras personas y poner rostro a la situación que están viviendo sus compatriotas. Al final solo hemos podido atender a una de esas cadenas de televisión; pero el efecto se está notando; fruto también de nuestra petición de ayuda a otras personas, varias familias están acudiendo a nosotros para que les orientemos, decididas a seguir nuestros pasos.
La «aventura» continúa.
opusdei.es
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