viernes, 2 de septiembre de 2022

Yulia y Miguel Ángel

 

Forman una pareja estupenda. Acabo de casarlos en la Ermita dels Benissants de la Pedra, rodeados de sus familiares y amigos. Aquí tenéis mis palabras en la Eucaristía. Serán un buen recuerdo para ellos y para todos:

¿Cómo sería la mirada de Jesucristo? Los evangelistas se refieren con frecuencia a ella y se conmueven. La Sagrada Escritura está lleno de momentos que describen el efecto de esa mirada amorosa sobre la gente que le rodea: es la mirada de Dios, Amor Infinito, que se vuelca con cada mujer y cada hombre. Dios solo sabe contar hasta uno.

Esa mirada tiene un poder extraordinario. Recordemos esa cascada de conversiones que narran los evangelistas: gente -ellas y ellos- que estaban muy lejos de Dios. La presencia, la mirada de Jesucristo les traspasa, les conmueve, les transforma de una manera increíble incluso para ellos mismos. Recordad a la mujer samaritana, ya iba por la sexta pareja, la mirada del Señor le ayuda a recobrar la esperanza y a emprender el camino para una conversión asombrosa.

El Señor os mira ahora como contemplaba a sus discípulos en la última cena y os dice lo mismo: que os queráis, que os améis el uno al otro. Y no con un amor cualquiera: amaos como Yo he amado.

La primera referencia de la mirada de Dios en la Sagrada Escritura aparece en el Génesis. Allí, el autor sagrado nos dice que: “el sexto día creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó”. Y se complació con ellos contemplándolos. Esa mirada amorosa sobre las únicas criaturas amadas por Dios por sí mismas está plasmada por el genio de Miguel Ángel en el techo de la capilla Sixtina en la escena de la creación.

Dios os ha creado el uno para el otro. Es el sentido de la lectura del Génesis, que habéis escuchado antes. Sois de la misma naturaleza humana. Llamados a formar una comunidad de amor indisoluble. Las palabras de Dios son claras y fuertes: “abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”.

El Señor os mira en el día venturoso de vuestra boda y lo graba a fuego en vuestros corazones:  que os améis.

Con esa mirada y con esa invitación os recuerda la verdad sobre el amor humano que proclamó, al bendecir a la primera mujer y al primer hombre, y al afirmar que era algo muy bueno, extraordinario, lo que había creado.

Con esa mirada y esa invitación os recuerda que la familia humana es imagen de la familia divina (el misterio trinitario: el corazón de Dios es familia, Padre, Hijo y Espíritu Santo). Que somos hijos de Dios, llamados a querernos con ese amor inefable.

Con esa mirada y esa invitación os recuerda que el amor humano y la familia es el camino elegido por Él para la mayoría de las mujeres y los hombres. Camino que se inicia en esta vida y no tiene fin porque la muerte, para el cristiano, no es el final sino la puerta que le facilita la entrada a la verdadera vida: la vida eterna.

Con esa mirada y esa invitación os recuerda que los hijos que tengáis, recibidos como dones de Dios en ejercicio de vuestra paternidad responsable, son un tesoro extraordinario que dará sentido pleno a vuestra vida.

El Papa Benedicto lo recordó en Valencia hace unos años en un encuentro extraordinario: Unidos por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí desde tantas partes del mundo para agradecer y dar testimonio con júbilo de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y a recibir amor”

Un laureado escritor americano escribía no hace mucho: “El 22 de abril hará sesenta años que nos casamos. Eso no es mucho tiempo. Lo es. No lo parece, pero lo es. Ella vino con su familia desde Oklahoma en una carreta cubierta. Nos casamos cuando los dos teníamos diecisiete años. Pasamos la luna de miel en la feria de Dallas. No querían alquilarnos una habitación. Ninguno de los dos aparentaba edad de estar casado. No ha pasado un solo día en estos sesenta años que no haya dado gracias a Dios por esa mujer. Yo no he hecho nada por merecerla, puedes creerme” (Cormac McCarthy. Ciudades de la llanura).

Este conmovedor testimonio subraya lo esencial del matrimonio: el amor auténtico, descrito en su carta por san Pablo: Un amor sincero que lleva a entregarse, a darse, a sacrificarse por la persona a la que se ama. No tiene sentido el divorcio para un cristiano enamorado y bendecido por Dios constantemente.

Si tú eres mejor, tu amor es mejor. Por eso, crecer en valores vividos (en virtudes) engrandece el amor. Entre ellas cito a la humildad (sin ella no hay virtud que se precie), la sencillez, la compasión. La generosidad, el olvido de sí y el servicio a los demás. La castidad, que ordena la sexualidad al amor, a la entrega mutua, a la vida. Y el buen humor y la alegría, porque un espos@ triste, es un triste espos@.

 Y ese amor tiene una fuente: Dios mismo que es amor infinito. Así lo expresa un conocido poeta gallego:

Alguien que no eres tú, me está mirando.
Siento confundido en el tuyo, otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus Te quiero.
Alguien acaricia mi vida en tus manos y pone en cada beso tuyo su latido
Alguien que está fuera del tiempo, siempre detrás del invisible umbral del aire

(Miguel D’Ors)

 Y entre mil cartas lo expresa en una misiva una esposa de treinta y ocho años:

“¿Cómo es Dios para mí? Tiene el rostro de mi marido. Sus rasgos particulares y concretísimos son para mí los rasgos físicos de Dios. Por eso tengo la convicción de que cuando lleguemos al Cielo y Dios nos abrace, su rostro nos resultará enormemente familiar, entrañable. El amor al marido y el amor a Dios son una misma cosa.”

¿Cómo conservaremos el tesoro del amor? ¿Cómo realizaremos ese proyecto maravilloso que llena por completo nuestros corazones?

La respuesta es sencilla y profunda: Yendo de continuo a la fuente de la que procede todo amor humano: Jesucristo.

El Señor no se conforma con miraros con cariño y deciros que os améis. Os acompaña siempre con su verdad y su vida. La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y la familia se hace perenne en su Iglesia en su pastoral familiar. Su vida, su fortaleza y su gracia residen de modo especial en su Palabra que nos acompaña, y sus sacramentos, de modo especial, la Penitencia y la Eucaristía.

Os invito a releer la parábola del hijo pródigo y a reconoceros en ese joven que vuelve a la casa de su padre y se llena de alegría ante su cariño y su perdón. Se trata de recomenzar todos los días la aventura de amor que, bendecida por Dios, comienza esta tarde. Recordad el consejo que el Papa Francisco suele dar a las parejas: “superad vuestras diferencias ordinarias, no os acostéis sin hacer las paces antes”

Me gusta recordar y recordarme el estribillo de una vieja canción: “el fuego que tu me diste nunca se apaga, pues renuevo mi cariño cada mañana”.

Recordad también las palabras de Jesús acerca de la Eucaristía: el que come mi carne tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día.

Es indudable la importancia de la predicación de los Apóstoles y sus sucesores para enseñar la verdad cristiana sobre el matrimonio y la familia. Pero una clave esencial para esa expansión apostólica fueron las familias cristianas. Los paganos se admiraban al contemplar a los discípulos de Cristo: “mirad como se aman”. Las familias romanas -con graves problemas, semejantes a los actuales- recuperaron los valores familiares con el ejemplo y la palabra de los cristianos.

 El Señor espera que, con vuestra vida cristiana, con vuestros deseos sinceros de amor y de fidelidad, con vuestra palabra y con vuestro ejemplo, ayudéis a propagar esa verdad esencial que Él vino a traer a la tierra, sobre el amor humano y la familia, y que no cesa de recordar a través de su Iglesia. Que Santa María Madre de Dios y Madre nuestra bendiga vuestro amor ahora y siempre. Que así sea.

Lecturas de vuestra boda:

Génesis 2, 18-24

18 Entonces dijo el Señor Dios:

—No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él.

19 El Señor Dios formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, de modo que cada ser vivo tuviera el nombre que él le hubiera impuesto. 20 Y el hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todas las fieras del campo; pero para él no encontró una ayuda adecuada. 21 Entonces el Señor Dios infundió un profundo sueño al hombre y éste se durmió; tomó luego una de sus costillas y cerró el hueco con carne. 22 Y el Señor Dios, de la costilla que había tomado del hombre, formó una mujer y la presentó al hombre.

23 Entonces dijo el hombre:

—Ésta sí es hueso de mis huesos,

y carne de mi carne.

Se la llamará mujer,

porque del varón fue hecha.

24 Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne.

 

1 Corintios, 7, 10-14

10 A los casados les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido;

11 pero si se separa, que permanezca sin casarse o que se reconcilie con el marido; y que el marido no repudie a la mujer.

12 A los otros les digo yo, no el Señor: si un hermano tiene una mujer no creyente y ella está de acuerdo en vivir con él, que no la repudie.

13 Y si una mujer tiene un marido no creyente, y él está de acuerdo en vivir con ella, que no repudie al marido,

14 pues el marido no creyente se santifica por la mujer y la mujer no creyente se santifica por el hermano; si fuera de otro modo, vuestros hijos serían impuros, y de hecho son santos.

Juan 15, 9-12

9 Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.

10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

12 Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.



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