Montse y Juli |
Hace un año publicamos la aventura en la que se embarcaron Montse y Juli, un matrimonio, ambos jubilados, con tres hijos mayores, que decidieron ser familia de acogida de bebés con problemas y sin padres.
Se da la circunstancia de que esta familia vive en Paiporta, una de las localidades valencianas más afectadas por las riadas de finales de octubre, con consecuencias devastadoras y que les ha movido también a pensar antes en las necesidades de las personas que les rodean antes que en las propias.
La tarde del 29 de octubre casi toda la familia estaba en casa. Desde el balcón de su cuarto piso, fueron viendo como el agua iba anegando las calles, arrastrando los vehículos y destrozando las plantas bajas. De los más de doscientos muertos registrados en los pueblos al sur de la ciudad de Valencia, 45 eran vecinos de Paiporta. Ellos perdieron sus tres vehículos y el agua también anegó el trastero donde guardaban carritos, cunas, ropa y enseres para los bebés a los que acogían.
Al igual que otros pueblos afectados, se quedaron sin luz, agua, teléfono e internet durante seis días, a la espera de que llegaran las primeras ayudas y los equipos de emergencias. Pudieron comunicarse con su hijo de Bilbao ya que al menos funcionaban los mensajes de SMS. Gracias a este sistema pudieron movilizar a amigos de sus hijos de Valencia para que fueran a ayudarles y llevarles lo más necesario.
Pequeñas grandes ayudas
También llegaron ayudas de amigos y conocidos. Desde Xàtiva, el padre adoptivo de uno de los bebés que estuvo acogido en casa de Montse y Juli, facilitó el reparto de miles de barras de pan durante unos días y también se implicó en las tareas de limpieza. Su hermano es jugador de fútbol de un equipo de Primera División y también llevó un cargamento de botas de agua y máquinas para limpiar el barro.
Montse cuenta que “un vecino con Alzheimer no paraba de pedir naranjas y los amigos de mis hijos se las trajeron. Otra señora nos preguntó si teníamos leche. Y así, poco a poco, empezamos viendo que nosotros teníamos la posibilidad de estar en contacto con gente de otras poblaciones que nos facilitaba estas cosas”.
A través de la novia de uno de sus hijos, unos chicos de Toledo les regalaron un coche viejo y les preguntaron qué más cosas necesitaban. Habían pasado ya dos semanas desde la DANA y ya no había problemas de falta de alimentos. “Entonces empezamos a pedir cosas que creíamos que eran necesarias para esta gente que nos pedía a nosotros, como mantas, electrodomésticos pequeños, etcétera. Claro, nuestro problema era dónde metíamos todo. Vivimos en un cuarto piso y sin ascensor porque está estropeado. Una amiga, a la que ayudamos a limpiar la casa con todos los voluntarios que vinieron nos ofreció su planta baja. Además, en uno de los tres viajes que hicieron estos chicos de Toledo trajeron una veintena de cartas escritas por niños de allí dirigidos a los de Paiporta”, cuenta Montse.
Sigue narrando que cuando las calles estaban un poco más limpias fueron a preguntar a los vecinos, sobre todo a los que vivían en plantas bajas, qué necesidades tenían e iban tomando nota. De esta manera cuando alguien les preguntaba qué tipo de ayuda ofrecerles, como los chicos de Toledo, ellos les pedían lo específico que otros les habían solicitado.
También llegaban más cosas que no pedían. Así fue como decidieron preguntar a gente que solo conocían de vista si necesitaban algo, e iban repartiendo lo que les llegaba: “Te miran con cara como diciendo ¿en serio? Si tú no me conoces de nada… Nuestra finalidad era que todo lo que llegaba tuviese un dueño”.
Añade Montse que la DANA ha destrozado casas de familias de buena posición social y que no estaban preparadas psicológicamente para pedir o hacer colas. “Este fue el caso de una amiga de uno de mis hijos que estaba en shock después de perder su casa y yo sabía que no iba a ir a pedir nada”. Otro caso fue un matrimonio con un bebé y el marido en paro al que le ayudaron también con aportaciones de dinero que también les llegaban.
Levantar cabeza y reconstruir la vida
Montse cuenta también la historia de una persona que tiene un negocio que quedó arrasado y que ya pasaba dificultades económicas y tenía problemas para pagar el alquiler. “Yo era clienta de su negocio, y al preguntarle qué iba a hacer con él me dijo que no le quedaba remedio, pero que no sabía de dónde iba a sacar el dinero”. Fue la primera persona a la que le aportamos algo de dinero, lo que buenamente pudimos.
Ha pasado más de un mes de la riada del 29 de octubre y aunque en Paiporta el polvo ha sustituido al barro, algunos negocios están abriendo: algunos bares, un supermercado, una peluquería... Todavía llegan voluntarios para limpiar aparcamientos y bajos y quedan colegios que todavía no han podido recibir a sus alumnos.
“Es un pueblo que quiere levantar cabeza pero que, a veces las fuerzas no están. Yo creo que no he abrazado a tanta gente del pueblo en toda mi vida ni con tanta alegría. Durante muchos años he dado catequesis y ahora todas las madres cuando te encuentran por la calle es como una alegría contenida. Es decir, “bueno, se ha salvado”. Porque nosotros en el pueblo todavía no sabemos los nombres exactos de todas las personas que han fallecido. Muchas veces vas preguntando cuando sabes de plantas bajas con el miedo de que te digan, pues no, no está”.
Otro problema añadido a la reconstrucción es la burocracia para conseguir las ayudas, no saben cuándo va a llegar el dinero necesario para esas reformas. Otro caso parecido pasa con los coches, ya que hay gente que no los encuentra para reclamar las ayudas porque el agua los arrastró varios kilómetros.
A pesar de los pesares, hay vecinos que han puesto sus luces de Navidad en las ventanas. “Hay vecinos que han preguntado al sacerdote: ¿va a haber Navidad? Y dijo, ¡pues claro que va a haber Navidad! Pero es una Navidad con una alegría contenida. Se está haciendo mucha labor para que lleguen juguetes para todos los niños, para que los niños tengan ilusión. En el pueblo al principio parecía que los niños se habían ido con las riadas”, dice Montse.
A este matrimonio, a los pocos días de la riada, la Consellería de Bienestar Social les preguntó si tenían casa y podían acoger un nuevo bebé. “Tenemos casa, pero no tenemos pueblo” respondieron. Esperan que al menos, la alegría del nacimiento de Jesús en Navidad, pueda traer un poco de esperanza a un pueblo realmente necesitado de ella.
opusdei.es
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