El caso es que suena por ahí que en una ciudad del sudeste asiático han decidido prohibir bajo pena de multa que la gente consulte su móvil mientras camina por la calle. Un celular contemporáneo es una inmensa máquina de comunicarse a través de cientos de medios y redes sociales. Engancha. Mucho. Demasiado.
Bien pensado, la drástica determinación del gobierno consiste en prohibir a sus ciudadanos caminar distraídos mirando al suelo. Ese continuo estar en babia, navegando constantemente mientras se camina sin rumbo, ha ocasionado ya en esa gran ciudad demasiados accidentes: atropellos, caídas, descuidos... El alcalde y su plenaria regulan sobre lo exterior, pero, bien mirado, el caminar mirando al suelo tiene también un sentido más profundo.
Todo el rato, en el agobio de las cosas de acá abajo. ¿Hasta cuándo soportará nuestra conciencia no mirar a lo alto –a donde fue llamada– y respirar hondo el aire rico y fresco de la alta montaña de Dios? Ahora, mediado nuestro Adviento, es momento de que alcemos nuestra vista a ese Dios que desciende a la gruta de Belén para hacerse, para siempre, Dios-con-nosotros.
Levantamos los ojos y aguzamos los oídos, para experimentar muy dentro la delicada insinuación del Espíritu que enciende nuestras almas. En el silencio acompañado de nuestro corazón –de nuestra alma en gracia–, se alza la convicción profunda de que quien camina erguido por su esfuerzo de rezar cada día nunca caminará solo.
No abandones nunca tu deseo de mirarle cada día: a Cristo, a su Madre, a tu Padre Dios y al Espíritu que hace, de tu yo más interior, su digna morada. No dejes nunca este(tu) rato de oración. Porque –la receta es sencilla–, para que tu plegaria no sea inútil, has de meter en ella, sin resquicios, tu corazón entero.
Fulgencio Espá, Adviento y Navidad vívela con El
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