miércoles, 22 de octubre de 2014

Pablo VI: un Papa a contracorriente

   
   Así lo recordaba el Papa Francisco el domingo pasado: Pablo VI fue un Romano Pontífice que remó a contracorriente defendiendo los valores cristianos esenciales. Su magisterio sobre la familia y la vida fue esencial. Conviene recordarlo.

   El Papa Pablo VI, en el año 1968, anunció los riesgos que amenazarían al hombre si este se ponía como señor de la vida y de la muerte: no solo existe la tentación de quitar la vida cuando se juzga oportuno (aborto, eutanasia), sino de darla cuando se quiere bajo cualquier medio, por ilegítimo que sea (fecundación artificial)… y eso es altamente peligroso.

   El Papa advertía entonces del peligro de separar la sexualidad de la fecundidad, y elegir por propia y arbitraria decisión cuándo la vida tiene derecho a existir. Anunció que la vida dejaría de ser fruto del amor, y no erró en su pronóstico.


Era la época de la llamada revolución sexual. Mediante métodos anticonceptivos, se separó la vida de la relación sexual, que no siempre ni necesariamente debían estar unidas. Cabía reducir esa expresión al amor de la pareja, pero no obligatoriamente debía incorporar vida.

Más tarde, algunos hicieron bandera del amor libre, señalando que no solo la sexualidad está separada de la vida, sino también del compromiso estable. Se banalizó la relación sexual, como si no tuviera más significado que el placer.

Hecha esta disección, los avances técnicos pronto pudieron obtener la vida en el laboratorio, anunciándose entonces el definitivo divorcio entre el amor, la relación sexual y la vida, como si nada tuvieran que ver: el nacimiento –y la muerte– de nuevos seres humanos quedó al alcance del poder humano.

Finalmente, aunque es probable que no sea el último escalón en esta excursión del hombre lejos de Dios, se llegó a la conclusión de que la sexualidad y la naturaleza nada tienen que ver. Entonces, como si el hombre no fuera su cuerpo y nada tuviera que ver con él, se repensó su propia constitución, para concluir que las relaciones pueden establecerse, en igualdad de condiciones, con personas del mismo sexo porque, en definitiva y obviando el dato manifiesto de la naturaleza corporal y afectiva, no hay ninguna diferencia: cada uno elige.

Conviene preguntarse si los frutos de esta revolución han sido buenos o más bien todo lo contrario: porque nunca ha habido más violencia doméstica que ahora, menos vida en los países supuestamente desarrollados, mayor tasa de infidelidad en el matrimonio, elevadísimo número de depresiones…
Hacer un diagnóstico no es negativo, sino que es principio de solución. Merece la pena no ponerse en el lugar de Dios, sino aceptar la grandísima libertad que nos ha dado, e intentar ya, desde joven, construir relaciones de amor que respeten la vida.

   Piensa si vives así tu matrimonio o tu noviazgo. Decía Pascal que la fe cristiana es difícil de explicar, casi imposible; pero cuando se vive sinceramente se experimente cuan verdadera es. 

Inténtalo: destierra de tu relación todo lo que sea enemigo de la vida. Mantén muy unidas esas tres cosas (relación sexual, amor y fecundidad) y descubrirás lo vibrante de estar en manos de Dios. 

Recuerda las palabras del salmista: «es mucho mejor estar en manos de Dios que caer en manos de los hombres». De otro modo, puede prender el egoísmo en el seno del hogar, en el lugar de la intimidad, y será causa oculta de otras muchas dificultades que, con buen criterio, afectarán a la relación.

Quizá seas aún joven para plantearte estas cosas. En tal caso, piensa si con esos amigos o amigas esperas encontrar la persona con la que compartir toda tu vida en un proyecto de amor cristiano (que es el más humano de los amores). ¿Saliendo por esos sitios esperas encontrar un horizonte de vida limpio y fecundo? Creo que, antes que todo eso, te toparás sin dificultad con la tentación y la duda, como les pasó en el origen a nuestros primeros padres, cuando Adán y Eva se preguntaron por qué no morder la manzana de la soberbia… y conocieron –ellos y todos nosotros– la amargura del pecado.

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