jueves, 5 de marzo de 2015

El asesino de Steinhof

  

Permítaseme citar el caso del doctor J. Es el único hombre que he encontrado en toda mi vida a quien me atrevería a calificar de mefistofélico, un ser diabólico. Se le conocía como «el asesino de Steinhof», nombre del gran manicomio de Viena. Cuando los nazis iniciaron su programa de eutanasia, tuvo en su mano todos los resortes y fue fanático en la gran tarea que se le asignó: hizo todo lo posible para que ningún psicótico escapara de la cámara de gas.

   Acabada la guerra, cuando regresé a Viena, pregunté por él. Me dijeron que los rusos lo habían encerrado en una de las celdas de reclusión de Steinhof, hasta que un día la puerta apareció abierta y no se le volvió a ver. Supuse que, como a muchos otros, sus camaradas le habían ayudado a escapar, y estaría camino de Sudamérica. 


   Pero recientemente vino a mi consulta un diplomático austríaco que había estado preso tras el telón de acero muchos años, primero en Siberia y después en la famosa prisión Lubianka, en Moscú. Mientras le hacía un examen neurológico, me preguntó de pronto si yo conocía al doctor J. 

Al contestarle que sí, me replicó: «Yo le conocí en Lubianka. Allí murió, cuando tenía alrededor de los 40, de cáncer de vejiga. Pero antes de morir, sin embargo, era el mejor compañero que se pueda imaginar. A todos consolaba. Mantenía la más alta moral concebible. Fue el mejor amigo que yo encontré en mis largos años de prisión.
Esta es la historia del doctor J., «el asesino de Steinhof». 

¡Cómo predecir la conducta de un hombre! Se pueden predecir los movimientos de una máquina, de un autómata, e incluso intentar predecir la dinámica de la psique humana; pero el hombre es algo más que psique. Sin embargo, la libertad no es la última palabra. La libertad solo es una parte de la historia, la mitad de la verdad. 

La libertad no es más que el aspecto negativo de cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad. De hecho, la libertad corre el peligro de degenerar en arbitrariedad a no ser que se viva con responsabilidad. Por eso, yo recomiendo que la estatua de la Libertad en la costa este de EE.UU. se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste.

(Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, 17ª ed., Barcelona 1995).

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