martes, 1 de septiembre de 2015

Por una inocente ley de banderas

En el año 1807 se obró una de las conquistas más reseñables del espíritu humano: se abolió definitivamente la esclavitud dentro del Imperio Británico. Coincidiendo con el bicentenario de tan señero hecho, se estrenó en la gran pantalla la película Amazing Grace, cuyo título obedece a la famosa canción que aunó las voces de los que sostenían esta causa.

  William Wilberforce había sido elegido miembro de la Cámara de los comunes en 1781. Fue entonces uno de los parlamentarios más jóvenes, llegando al escaño a la edad de tan solo 21 años. Una noche le invitaron a una cena especial: un esclavo (Olaudah Equiano) había comprado su libertad, y viajaba por todo el mundo buscando denunciar los malos tratos a los que había sido sometido:

  Un día eres raptado de tu casa en África y separado de tu familia y amigos. Eres forzado a viajar a pie con tus captores. Tú no entiendes lo que ellos dicen y no tienes idea de dónde estás siendo llevado. Su piel es extraña y pálida. Eres llevado a un barco. Tus captores te cambian por armas y otros bienes ofrecidos por los comerciantes de esclavos. Luego te suben a bordo y te colocan bajo cubierta. Te hacen tumbarte en pequeños espacios y te colocan cadenas y grilletes. El lugar es asfixiante, caluroso y está atestado. El mal olor del sudor, los desechos humanos y la muerte inundan tus sentidos, como los gritos, lloros y quejidos de tus compañeros africanos esclavizados.


  Wilberforce comenzó su lucha en 1787. El parlamento no quería escucharle, eran muchos los que lucraban cantidades ingentes de dinero con el mercadeo de esclavos, es más, el triángulo comercial de esclavos que unía los tres continentes que bañan sus costas en el Atlántico sostenía la economía del Imperio. Después de ocho infructuosos años, Wilberforce hubo de tomar un respiro a causa del quebranto de su mala salud. Tenía cada vez más enemigos. Con todo, no cejó en su empeño: nuevas iniciativas legales, boicoteo del consumo de azúcar proveniente de manos esclavas, decenas de miles de firmas… nada, ningún resultado.

  En 1806, movido por John Stephens promovió una nueva ley que prohibía cualquier tipo de ayuda al comercio de esclavos con colonias francesas. En realidad, se trataba de una ley de banderas que afectó a numerosos buques británicos que, bajo bandera estadounidense, comerciaban en medio de la guerra. Fue un golpe definitivo. En 1807 se acordó la abolición de la esclavitud, veinte años después de que iniciara su vida parlamentaria.
Wilberforce venció merced a su paciencia y a su ingenio. No se cansó de luchar; tampoco en cuanto a las ideas: fue capaz de generar nuevas tácticas hasta que consiguió lo que se había propuesto.

  Muchos males envilecen nuestros días. El aborto es hoy para muchos tan normal como la esclavitud en el siglo XVIII. Podemos gastar nuestra existencia diciendo que es un atentado a la vida: no basta.

  Al Capone fue un asesino y un mafioso… que acabó en la cárcel por evadir impuestos. Quizá fue responsable de miles de asesinatos y crímenes aún más horribles, pero solo le llevó al presidio el impago al fisco. El abuso de los esclavos era un atentado contra los derechos humanos, pero se suprimió por una ley de banderas. ¡No son simples casualidades!: si tuvieron lugar, es porque personas constantes en su pelea tuvieron iniciativas geniales. Fueron originales… ¿seremos capaces de hablar con Dios y pedirle ser un poco más originales para poder aportar «algo» a tu mundo? Pidamos que en la arena política mundial surjan líderes como William capaces de defender y promover los valores fundamentales.

Fulgencio Espá




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