martes, 28 de julio de 2020

Hacia la fe bailando el two-step

Courtney y Brian son texanos y hasta hace unos días vivían en España, uno de los destinos profesionales de él. Su historia de amor es como una película: nació en una cantina bailando el two-step. Desde entonces su vida juntos ha sido girar y girar. De Florida a California, del protestantismo al catolicismo. Dicen que Dios baila con los hombres.

Estados Unidos, Texas. La puerta de la cantina se abre y entra una chica. Mira a su alrededor con seguridad. Hay varios grupos de jóvenes bebiendo, y charlando. Luz en penumbra y música country. Algunas parejas bailan. Courtney, 21 años, saluda a los amigos y luego se dirige a la pista para bailar el two-step, como hace dos veces por semana. Del extremo contrario avanza un chico atractivo. Cruzan las miradas y ella le sonríe. Brian, 22 años, le pregunta si quiere bailar.

Brian y Courtney juntan sus manos. Dos pasos rápidos, dos lentos. No parece un gran bailarín pero a ella no le importa. Comienza a hablar con ese chico mientras giran por la pista. “Era un día de primavera del año 2002, lo recuerda bien. Cuando vas a un bar no piensas: voy a escoger a mi marido”. Pero así fue.
“Nací en el sur de Texas en un pueblo pequeño. Allí había gente católica pero mis padres son baptistas y yo crecí en esa fe”. Así comienza la historia de Courtney. Foto: Cristina Abad“Nací en el sur de Texas en un pueblo pequeño. Allí había gente católica pero mis padres son baptistas y yo crecí en esa fe”. Así comienza la historia de Courtney. Foto: Cristina Abad
A ese baile que dura toda la noche le sucede un partido de béisbol, luego otra cita, y otra. “En enero de 2003, él se fue a Florida para un entrenamiento militar y nos casamos al regresar”. Siempre juntos, un día y otro hasta diecisiete años después, dos hijas y un bebé en camino.
“Nací en el sur de Texas en un pueblo pequeño. Allí había gente católica pero mis padres son baptistas y yo crecí en esa fe”, explica Courtney en su casa de El Puerto de Santa María (Cádiz, España), mientras embala muebles y enseres. Brian está trabajando, como cada mañana, en la base naval de Rota y Carrie, de 11 años, y Joanna, de 5, ponen la banda sonora al hogar ya casi vacío.
A bailar
“Mi madre me había enseñado que los católicos adoran a la Virgen y a los santos y eso me hacía pensar que ni siquiera eran cristianos. Luego, cuando empecé la Secundaria, nos mudamos al centro del estado, donde había menos presencia católica”. Ella siguió practicando su fe protestante hasta que se matriculó en la Universidad para graduarse en Español. Y allí, en aquella cantina, conoció a Brian, que era católico y estudiaba Ingeniería.
El baile típico de Texas, two-step, hunde sus raíces en la polca, el vals y el jitterbug. “En EE.UU solemos decir que todos somos inmigrantes -explica Courtney. La familia de Brian, de apellido Schonefeld, tiene antepasados alemanes pero somos todos muy americanos”. Es un baile progresivo que avanza en sentido contrario a las agujas del reloj, donde –como en tantas danzas– hay un líder que marca la pauta y un seguidor.
Pero en el baile de Courtney y Brian se coló un Tercer Bailarín que empezó a impulsar los movimientos de aquellos dos jóvenes que habían sido atraídos al centro de la pista como por un imán desde direcciones opuestas. No solo físicamente, con traslados a Texas, California, Hawái, Mississippi, Guam, Florida, España, desde hace dos años, y próximamente Carolina del Norte. También mediante una evolución interior, del protestantismo al catolicismo.
El líder
“En la Universidad yo estaba un poco confundida. Había adquirido malas costumbres, pensaba que podía tomar todas las decisiones de mi vida sin contar con Dios -reconoce. Llegué a pensar que era agnóstica. Brian era católico pero me dijo que después de un viaje a Francia en segundo de carrera había dejado de practicar”.
 Los padres de Courtney aceptaron a Brian desde el principio. No les importó que fuera católico porque veían cómo la trataba y la quería. Foto: Cristina AbadLos padres de Courtney aceptaron a Brian desde el principio. No les importó que fuera católico porque veían cómo la trataba y la quería. Foto: Cristina Abad
A veces, en el baile y en la vida uno toma decisiones sorprendentes que encaminan sus pasos en direcciones insospechadas. “Quería tanto a aquel chico que yo misma pensé que tenía que ser mejor persona, y que la iglesia podía ser el mejor lugar para adquirir virtudes: “Quiero ir a la iglesia todos los domingos”, le dije a Brian. Y él me contestó: “vale pero yo solo voy a ir a la católica, no a la protestante”. Courtney reconoce que su novio volvió a practicar porque ella le insistió, pero le hacía preguntas polémicas y él no sabía contestar porque no conocía bien su religión. “Así que dejamos de hablar de nuestra fe. Fuimos a la iglesia muchos años pero ya no discutíamos”.
Los padres de Courtney aceptaron a Brian desde el principio. No les importó que fuera católico porque veían cómo la trataba y la quería. “Nos casamos en la iglesia católica con una dispensa. Y mis papás pagaron la boda sin problema. Brian es un hombre muy bueno y ellos están tranquilos. Lo quieren como a otro hijo”.
Girando
En California, su primer destino juntos, Courtney comenzó a hacer voluntariado en una parroquia. El sacerdote sabía que era baptista y un día dijo en la homilía: “Yo sé bien que los protestantes dicen que creen en la Biblia, pero no creen en el capítulo 6 del evangelio de Juan: ‘Yo soy el pan de vida’. Y es el Cuerpo de Cristo, no un símbolo”. “Me quedé de piedra, recuerda. Me fui corriendo al Nuevo Testamento y pensé: ‘Tiene razón sobre este asunto, pero en lo demás -la Virgen, el Papa-, no”.
Así que Courtney decidió ir a la iglesia metodista que tenía rito de comunión. “Pensaba que ahí estaba el Cuerpo de Dios pero no creía que los sacerdotes pudieran transformarlo. Iba a Misa con mi marido a la iglesia católica pero cuando quería comulgar iba a la metodista. Sabía que no era lo que los católicos llaman Eucaristía y que cualquier cristiano podía acudir”.
El baile de los Schonefeld continuó de Costa Oeste a Costa Este de EE.UU. En uno de los destinos, de vuelta a Texas, Brian comenzó a escuchar la radio católica. Cada día al llegar a casa le contaba a Courtney las cosas que iba aprendiendo. “Yo también empecé a buscar en Internet respuestas a mis preguntas, luego fui a estudios de la Biblia y conocí a mi mejor amiga, que es católica, y me dio muchos recursos. Estudié y recé y tuve el convencimiento de que ahí estaba la plenitud de la fe. Pero me costaba mucho convertirme porque sabía que iba a disgustar a mis padres, que pensaban que yo ahora creía que tenía que ‘ganarme’ la salvación”.
Una de las lecturas que más impresionó a Courtney fue Roma, dulce hogar, de Scott y Kimberly Hahn. Foto: Cristina AbadUna de las lecturas que más impresionó a Courtney fue Roma, dulce hogar, de Scott y Kimberly Hahn. Foto: Cristina Abad
Una de las lecturas que más impresionó a Courtney fue Roma, dulce hogar, de Scott y Kimberly Hahn. “Al empezar a leer la parte en que ella narra su conversión pensé que nos parecíamos. Yo rezaba menos que ella, pero procuraba ser fiel a mi fe, daba el diez por ciento de mis ganancias a la iglesia, etc. Me impactó mucho que el motivo de su decisión de hacerse católica fuera entregarle a Dios su capacidad de generar vida. Pensé: yo le estoy diciendo a Dios que no en esto”.
Antes de casarse, Courtney le había contado a Brian que no tenían ningún interés en tener hijos. Pero él le dijo que así no se podían casar e hicieron un trato: tendrían sólo un hijo. “Al casarnos él me pidió que no tomara la pastilla anticonceptiva pero no le hice caso y no se lo dije, porque con mi mentalidad protestante aquello me parecía raro. Después de la primera hija quise hacerme la ligadura de trompas pero Brian me convenció para que esperara. Fue en ese momento cuando cayó en mis manos el libro de los Hahn”.
“Le dije a Brian: ahora que sé que voy a ser católica -continúa- tenemos que seguir la doctrina de la Iglesia. No podemos usar más los métodos anticonceptivos. Yo estaba muy nerviosa porque sabía que muchos católicos no entienden la planificación natural pero pasados unos días él me dijo: Tienes razón, vamos a aprender más”. Ese fue el hito decisivo para mi conversión. Poco a poco fui comprendiendo y aceptando lo demás.
Tapatía y Nelly
Tapatío, se llama al nacido en la ciudad de Guadalajara, en el Estado de Jalisco, México. Es una palabra de origen náhuatl derivada de la palabra tapatiotl, que significa “que vale por tres”. El tapatiotl eran tres pequeños costales que contenían 10 granos de cacao cada uno.
Al poco de nacer Carrie, los Schonefeld viajaban por la frontera de México cuando apareció un cachorro que decidieron adoptar con el nombre de los oriundos del lugar. Pero resultó ser hembra. Hoy Tapatía es una perra dócil y fiel, de la misma edad que su pequeña ama, que corretea por la casa vigilando el baño de las niñas mientras el gato Nelly duerme apaciblemente hasta que vienen a molestarlo. Con Carrie, Joanna y el pequeño que vendrá pronto, el sentido del término Tapatío resulta casi premonitorio.
Courtney, embarazada de cuatro meses, dedica su tiempo al cuidado de su familia y a su empresa de estudios de español. Foto: Joni Bills-SmithCourtney, embarazada de cuatro meses, dedica su tiempo al cuidado de su familia y a su empresa de estudios de español. Foto: Joni Bills-Smith
Courtney, embarazada de cuatro meses, dedica su tiempo al cuidado de su familia y a su empresa de estudios de español. En EE.UU. es obligatorio obtener el certificado de maestra en cada uno de los estados. “A mí no me gusta enseñar a los niños y con los traslados que llevamos esto sería un problema. Pero me encanta ayudar a los adultos que están estudiando para ser maestros. Escribo libros digitales y hago cursos y tutoriales en inglés y español. Es un regalo de Dios que pueda hacer esto”.
Hasta hace poco, tomaba clases de gimnasia rítmica junto con Carrie, y todavía hace ejercicios de yoga. “Habrá que dejar el pino puente para después del parto”, bromea. Disfruta saliendo con sus amigas, leyendo, cocinando en familia”. Ellas -por sus hijos- son mis pasatiempos”.
El amor de Dios
Cuando hace dos años llegaron a vivir a España, Courtney ya era católica. Un día fue a confesar con el sacerdote americano de la base de Rota y le comentó que estaba un poco deprimida, y no sentía el amor de Dios. Él le dijo: “eso son sentimientos, no te preocupes. Pero si quieres vivir ese amor de Dios te recomiendo que vayas a Misa diaria”.
Courtney empezó a acudir a la iglesia. Allí solía encontrarse con otra señora. “Un día charlamos a la salida de Misa. Se llamaba Paloma, nos presentamos y me invitó a Maralto, un centro del Opus Dei en El Puerto de Santa María. Empecé a hablar con una numeraria que vivía allí, Juana, sobre mi fe, sobre cómo ser mejor en casa. Aquello me ayudaba mucho. Me encantó la idea de que podía santificarme con cosas pequeñas hechas con amor. Que no tenía que hacer cosas difíciles. Eso es lo que más me gustó de la Obra. Eso y el sentido de familia, que yo tenía muy vivo por mi pasado protestante”.
Me encantó la idea de que podía santificarme con cosas pequeñas hechas con amor. Foto: Joni Bills-SmithMe encantó la idea de que podía santificarme con cosas pequeñas hechas con amor. Foto: Joni Bills-Smith
Poco antes de iniciar esta conversación, Susi, la directora de Maralto, le había llevado a Courtney unas cremas de verduras. Sabía que le encantan y había aprendido a hacerlas recientemente, aunque ahora, con el traslado, no tendría mucho tiempo para cocinar. Mientras habla, va dando pequeños sorbitos. También le regaló dos petos de primera postura para el bebé que nacerá, hechos a mano por algunas amigas de la Obra.
“Comencé a hacer oración, la Misa cada día me hacía sentir ese amor de Dios por mí. Un día que estábamos visitando a mis padres en Texas, mientras pensaba en cómo resolver la asistencia a la iglesia sin tener coche propio, tuve la percepción clara de que Dios me llamaba a la Obra. No sé explicarlo mejor. Simplemente lo tuve claro”.
Brian no es del Opus Dei pero Courtney tiene el convencimiento de que él la ha ayudado a encontrar la fe católica y su camino como supernumeraria. Y piensa que ella también le ha ayudado a él a redescubrir su fe.
“No te puedo decir si entiende mi vocación pero sí que me apoya. Él ve que el Opus Dei me ayuda a tener una relación más personal con Dios. A veces le leo alguna lectura que me ayuda, o rezamos el rosario juntos, otras es él el que me recuerda que debo rezar antes de dormir. Las niñas también se dan cuenta, aunque no les obligamos a nada. Son ellas las que a veces recuerdan pequeñas costumbres piadosas que tenemos.
Courtney ha tomado el testigo de su amiga Paloma. “Sé que el sentido de comunidad es muy vibrante en las iglesias protestantes. Por eso cuando veo a alguien nuevo procuro acercarme y presentarme, como ella hizo conmigo. Así conocí a una mujer joven. Quería ser católica y yo fui su sponsor. También doy clases de catequesis. Lo mío no es ser maestra de niños pero una vez a la semana es bonito y divertido”, dice mientras saca del microondas un plato con un poco de frijoles, pasta y calabacines para las dos y bendice la mesa al más puro estilo americano.
En unos días, Courtney, Brian, su familia y las mascotas habrán dejado España y se habrán instalado en su nuevo destino: Carolina del Norte. Pronto explorarán caminos naturales y harán remo en la costa, algunas de sus ilusiones. En cada rincón por el que pasan dejan muchos amigos y parte de su corazón. Ella lo sufre especialmente. Pero ahora sabe que todos esos pasos forman parte de un baile. Two step. Pasos rápidos y pasos lentos. Al ritmo que marca el líder.

opusdei.es

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