jueves, 14 de enero de 2010

Perseverar pensando en los demás


Las expectativas legítimas de los otros urgen y facilitan nuestra fidelidad. Así lo ha sido siempre, en la familia, en la amistad, en cualquier ideal de servicio o de entrega. Lo expresa admirablemente Antoine de Saint-Exupéry en "Tierra de hombres", donde cuenta la historia de un piloto perdido en la montaña después de estrellarse su avión. Aquel hombre, Guillaumet, tenía un montón de razones para dejar de luchar por seguir adelante: no conocía el camino, era casi seguro que todo aquel sobrehumano esfuerzo no serviría para nada. Estaba solo, perdido, roto de golpes, de fatiga, de cansancio. Derribado a cada paso por la tormenta, en una zona de la que se decía que Los Andes, "en invierno, no devuelve a los hombres".

La muerte por congelación es una muerte dulce: entra una especie de sopor, lleno de sensaciones agradables en las que uno se encuentra, incluso, optimista, y entre dos sueños se escapa el alma. Aquel hombre lo sabía. No le costaba nada dejarse estar, recostado sobre el suelo helado, no levantarse después de una caída, decir ¡ya basta, se acabó!, y no volver a intentarlo de nuevo. "Perdidas, poco a poco, tu sangre, tus fuerzas, tu razón, seguías avanzando, obstinado como una hormiga, volviendo sobre tus pasos para rodear el obstáculo, volviendo a ponerte en pie después de las caídas, o volviendo a subir aquellas pendientes que solo conducen al abismo, sin concederte ningún descanso, pues, de haberlo hecho, ya no te hubieras levantado del lecho de nieve.

Las razones para seguir


"En efecto, cuando resbalabas, tenías que incorporarte deprisa para no ser transformado en piedra. El frío te petrificaba en cuestión de segundos, y disfrutar, después de una caída, de un minuto de más descanso, te suponía mover unos músculos muertos para poder reiniciar la marcha. Te resistías a las tentaciones. "En la nieve –me decías–, se pierde todo instinto de conservación. Después de dos, tres, cuatro días de marcha, uno solo quiere dormir. Era lo que yo deseaba". Y tú caminabas y, con la punta de la navaja, cada día te ensanchabas un poco más la abertura de los zapatos para que los pies, que se te congelaban y se hinchaban, cupiesen dentro... ".

Guillaumet piensa en su mujer, en sus hijos, en sus compañeros. ¿Quién podrá mantener a esa familia que le aguarda en algún lugar de Francia si él se para? No, no les podía fallar. Ellos le querían, le esperaban. ¿Qué pasaría si supieran que estaba vivo? "Si mi mujer cree que vivo, cree que camino. Los compañeros creen que camino. Todos tienen confianza en mí, y soy un canalla si no camino." Cuando volvía a caerse, repetía esas palabras. Cuando las piernas se negaban a avanzar más; cuando los huesos todos de su cuerpo gemían entumecidos por el frío y el cansancio; cuando después de bajar tenía que volver a subir, como en un carrusel que no acababa nunca, volvía a repetir el mismo estribillo: "Si creen que vivo, creen que camino, y soy un canalla si no sigo".

El pensamiento de las personas que nos esperan y nos necesitan, nos comunica fuerza para ir adelante, y eso es un ejercicio de responsabilidad y una estupenda manifestación de fidelidad. Hay muchas personas a nuestro alrededor que necesitan de nosotros, y quizá Dios espera que dediquemos a ellas nuestra vida, y si es así, no podemos defraudar ni a Dios ni a esas personas.

Henri Guillaumet, héroe de la aviación francesa, formaba parte de la Compagnie Generale Aeropostale, el servicio de correo aéreo que unía Francia con América del Sur. Leer más aquí

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