miércoles, 30 de mayo de 2012

Podían vivir sin ella

   Había una familia numerosa en la que, cosa nada rara, los chavales disfrutaban de lo lindo, y los padres, todavía jóvenes, no les iban a la zaga en eso de pasarlo bien, a pesar de las estrecheces económicas que nunca les abandonaban.

   En aquel hogar se jugaba, se hablaba, se convivía y los mayorcitos ya colaboraban con la madre dando el biberón a los más pequeños; salir a dar una vuelta por el bosque cercano a la casa -entretenimiento francamente barato- era una deliciosa aventura vivida por toda la tribu familiar; el inculto terreno -abundoso en zarzas y ortigas-, que rodeaba a la vivienda, se convertía en escenario de películas de piratas y de lo que la imaginación infantil decidiera. Y no tenían televisor. Las visitas solían sorprenderse hasta extremos rayanos en la incredulidad: "¿Cómo podían vivir sin televisión? ¡Dios mío, sin televisión!"

La madre de familia no entendía qué gracia había en pasarse horas y horas delante de un rectángulo luminoso, y acostumbraba a decir:

-Verán, aquí contemplar la vida misma es mucho más interesante que la televisión.
Los visitantes no acaban, por lo general, de entenderlo. Pero en aquella casa lo entendían muy bien.

J. EUGUI

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