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| Luis XI | 
    Estando Luis XI, rey de Francia, en Borgoña, en 
tiempos de guerra, hizo amistad con un labriego noble, pero simple, el 
cual, por la carestía, le daba de comer la mayoría de las veces nabos 
cocidos, comida que el rey aceptaba muy gustosamente. Terminada la 
guerra el rey regresó a Francia y la mujer del labrador le insistía a su
 marido para que fuese a verle y le llevase algún presente a fin de 
obtener alguna recompensa. Tanto insistió la mujer que el campesino 
aceptó y decidió llevarle como regalo el mejor nabo de su cosecha.
       Una 
vez en la corte se colocó por donde el rey había de pasar y, 
efectivamente, el rey le reconoció y le llamó a su lado, entregándole el
 labriego su presente alegremente. Agradecido, el rey le entregó en 
recompensa mil escudos, mandando a su ayudante que guardara el presente 
recibido. Esta generosidad se extendió por la corte, y un codicioso le 
presentó al rey un precioso caballo con el ánimo de recibir una fuerte 
recompensa. Conoció el rey su avaricia y, queriendo castigarla, mandó a 
su ayudante en secreto que le trajese el nabo del labrador envuelto en una rica tela y, tomándolo el rey en sus manos, le 
dijo al avariento: “Estoy tan agradecido del regalo que me habéis hecho 
que, en recompensa, quiero daros esta joya que me costó mil escudos”.
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