lunes, 15 de diciembre de 2014

Lo que Miguel Ángel Buonarroti pensaba de Tiziano

 
Tiziano
 Tiziano esperaba ansioso la visita del viejo Buonarroti. Había concluido ya gran parte de sus obras maestras: la Sixtina, la Piedad y tantas otras. Era de todos conocido: por su genio, y también por su carácter excéntrico e incluso violento.

  Ayudado por algunos de sus sirvientes, Miguel Ángel alcanzó el taller del artista veneciano. Contempló su obra. Era evidente su gesto de profunda admiración. Manaron de su boca palabras de felicitación que, no obstante, no satisficieron el afecto de Tiziano. ¿Qué oscura sospecha albergaba el corazón del maestro?

   Al poco de alcanzar la calle, ya fuera del estudio, Miguel Ángel comentó: Tiziano es verdaderamente genial. Qué líneas, qué descriptiva, qué uso de los colores… y añadió, fijando sus ojos tristes en los de su interlocutor: ¡Qué pena! Si hubiera aprendido de pequeño, sería el mejor artista de todos los tiempos.

Es cierto. Tiziano había dedicado su juventud a pequeños arreglos que le permitieron vivir disolutamente. Solo después de una juventud alocada se asentó, y empezó a realizar trabajos que nunca hubiera imaginado antes, tales como la pintura religiosa. Y, aunque lo hacía muy bien, pequeños matices traducían el descuido de su infancia y su tardío aprendizaje.

En realidad, el caso de Tiziano no es único. Aún recuerdo el subtítulo que figuraba en letras grandes en un libro que se publicó por el aniversario de una escuela prestigiosa: llevamos en nuestras vidas lo que recibimos en nuestra infancia. Tiziano, Miguel Ángel… y tú, y yo.

¿De dónde viene la autoridad? En gran parte, de lo que se recibe en la infancia. Durante los primeros años y en la juventud, es necesario ser especialmente cuidadosos, porque es ahí donde se fundan las bases de un futuro seguro. Por autoridad entiendo aquí la certeza de conocer el bien y el mal, y el criterio para conducir la vida. Se recibe en la infancia y se porta a término en la vida.

¿Y qué hacer cuando uno participó en su niñez de una familia rota o de una adolescencia alocada? ¿Cómo hablaré con autoridad de la pureza, del amor, ¡¡¡de la vida!!!, si mi propia existencia fue demasiado turbia en sus inicios?

Si tal es tu situación… ¡confía! Confía en Dios, que pudo dirigir una palabra de amor y conversión a la Samaritana, la mujer de cinco maridos; pon tu esperanza en la gracia del Señor, que restauró el alma de la adúltera y la invitó al camino de la más alta contemplación; espera, con María Magdalena, al amor, y no te preocupes por el pasado… porque para Él mil años son como un ayer que pasó, una vela nocturna (cfr. Sal 89, 4).

Qué alegría da entonces leer las palabras del Señor: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5). Ten fe, porque quizá una de esas «cosas» seas tú mismo.

Fulgencio Espá, Con Él, Adviento, Navidad 2014

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