jueves, 12 de febrero de 2015

Historias de amor


Historias de amor
   Se trata de poner la letra a esa canción que los hijos van escuchando cada día, esa melodía cotidiana que tararean sus padres al ritmo de la vida
   Quizá os ha pasado alguna vez. Unos amigos tienen en su casa una planta hermosa, la tienen en el vestíbulo o en el salón. Os fijáis en ella: “¡Qué bonita está!”, comentáis. Entonces os explican su historia: “Nos la regalaron en tal ocasión o la compramos hace muchos años. Un verano casi se nos muere, pero la pudimos recuperar. La regamos y la abonamos. Cada cierto tiempo le quitamos las hojas estropeadas y la ponemos a la luz…”. De forma breve, o no tan breve, os cuentan su historia, la historia de su planta.
   Si una simple planta tiene su historia, que además es en cierto modo una historia de amor, cómo no va a tenerla nuestra relación. Las cosas humanas no se explican, sino que se cuentan porque no son entelequias: son acciones con historia. Por eso, la mejor forma, la única, de explicar qué es el amor es contar esa historia de la que somos protagonistas.

A nuestros hijos les hablamos del amor con nuestro ejemplo, pero a una determinada edad es bueno que les contemos nuestra historia: cómo nos conocimos, cuándo nos declaramos, qué hacíamos cuando éramos novios, dónde nos casamos, qué anécdotas recordamos. En fin, se trata de poner la letra a esa canción que ellos van escuchando cada día, esa melodía cotidiana que tararean sus padres al ritmo de la vida.
No nos dé vergüenza rescatar fotos antiguas, leerles alguna carta que guardamos en el fondo de un cajón, escuchar con ellos nuestra canción o enseñarles aquel regalo que tiene un valor impropio de una cosa material, porque lo que cuenta no es lo que se regala, sino quién lo hace y el motivo por que se regala. Es una manera de compartir con nuestros hijos una historia de amor de la que ellos forman parte. En cierto modo, tienen derecho a conocerla, y compartirla es una forma de quererlos.
Pero las historias se escriben renglón a renglón, día a día. Por eso, hemos de hacer visible lo que parece invisible, poner imágenes al texto y texto a las imágenes. Nuestra vida, nuestro transitar cotidiano ha de ser un libro ilustrado del amor, sin grandes definiciones abstractas, sino con acciones concretas que no necesitan notas a pie de página para explicar lo que significan, como:
▪ Ese beso antes de salir de casa.
▪ Ese “qué guapa estás hoy”.
▪ Ese “te quiero” a bocajarro.
▪ Ese vestido que a papá le gustará.
▪ Ese “qué tal estoy” porque vas a buscar a mamá.
▪ Ese “nosotros” que se lee entre líneas.
▪ Ese “nos queremos” que se nota.
▪ Ese aparecer con una flor.
▪ Ese día que vamos a cenar solos.
▪ Ese emoticono que mandamos a papá.
No hace falta esperar a san Valentín para amar y que se note.
Pilar Güembe y Carlos Goñi

Familia Actual / almudi

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