lunes, 9 de febrero de 2015

La herencia de Pablo

 
 La viuda se extrañó porque no eran ni uno ni dos. Al menos quince extraños se encontraban en la misa funeral de su marido. La iglesia era lo bastante pequeña como para reparar en ello aun estando en primera fila.

   Ya le habían sorprendido los amargos pésames que habían brotado de aquellos labios desconocidos antes de la celebración. Se habían colocado dispersos a lo largo del templo. Parecían no conocerse entre sí.

   Al final de la celebración, el mayor de los nueve hijos de Pablo hizo un breve y sentido discurso de agradecimiento por la vida de su padre. Después, muchos de los asistentes pasaron cerca de la viuda a reiterar sus condolencias. María mantenía el rostro sereno y conservaba todo el porte de quien sabe pasar por momentos difíciles. 

Cuando llegó el primero de esos desconocidos, no sofocó su curiosidad y le preguntó abiertamente quién era. Se llamaba Ramón y era padre de una familia igualmente numerosa. Había conocido a Pablo por motivo de negocios y habían comenzado a tener cierta amistad. 


Tres años después de su primer encuentro, la empresa de Ramón hizo aguas a causa de una fuerte crisis económica y solo una gran suma de dinero pudo salvarla. Fue Pablo quien salió en su ayuda, sin intereses ni plazos, con la confianza del amigo. Seis meses después Ramón devolvía lo debido, y hoy lloraba con sincero dolor la muerte de amigo tan apreciado.

El siguiente desconocido en aparecer fue Mariano. Su relación con Pablo venía por un encuentro casual en un viaje de negocios. Algunos gustos comunes les llevaron a practicar deporte juntos, y poco a poco Pablo llegó a ser su confidente. Su ayuda fue decisiva cuando estuvo a punto de romper con su mujer. El exceso de trabajo, los dos niños, la aparente displicencia continua de ella… Pablo les ayudó a los dos, enseñándoles a ser pacientes, a tener más aguante y a saber priorizar.

Uno tras otro, los invitados al funeral pusieron en evidencia lo que María ya sabía: que Pablo era excepcional. Durante sus largos años de vida familiar y profesional había peleado por obrar bien. Con sus fallos. Con sus luchas. Pero generosamente.

El bien es reconocido casi siempre; tan cierto como que el mal es casi siempre descubierto. Es cuestión de tiempo. Sorprende descubrir el surco de amor que podemos dejar en la historia si nos esforzamos por ser dóciles a la voluntad de Dios. Así ocurrió con Pablo; y así sucederá con todos los que se quieran esforzar cada día por obrar según el Amor de Dios. ¿Qué debo poner y qué debo quitar para empezar a labrar ese camino de caridad? 

Fulgencio Espá

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