viernes, 14 de junio de 2019

Las huellas en la playa

… me dejas sólo. ¿Por qué, Señor…? ¿Dónde estás ahora?
El pescador solitario había escogido su camino por vocación. Su vida de soledad y silencio era deseada… El mar, la arena, la barca, el cielo, la pesca… todo le hablaba de Dios y le servía para comunicarse con Él.
Un día, tuvo la audacia de pedir al Señor un signo claro y evidente de su presencia y compañía constante: −Señor, hazme ver que Tú siempre estás a mi lado. Dame el don de experimentar cómo me amas. Y el gozo de saber que caminas conmigo…

Tenía una gran paz en el alma. Caminaba con paso sereno a la orilla del mar.
Cuando llegó a las rocas que cerraban la playa y volvía sobre sus pasos hacia casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus dos pies descalzos, había otras dos cercanas y visibles.
−Mira, le señaló Dios: ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las de mis pies. No me has visto; pero estaba contigo.
La alegría del pescador fue inmensa. Desbordaba de gozo. Era la prueba esperada y deseada. La respuesta recibida sobrepasaba lo que hubiera podido soñar.
A partir de este signo sorprendente, la gratitud no tenía límites en su alma…
Pero no siempre fue así…
Días de tormenta y de fría noche nublaron el horizonte. El cansancio de las duras jornadas de trabajo se hizo notar. Los días de labor infructuosa llenaron su corazón de desánimo.
Caminaba taciturno por la playa. Al llegar a las rocas, volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez, ¡en la arena, solo había la huella de dos pies descalzos (y no de cuatro)!
Aquel día protestó:
−Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre y sereno; y me lo hiciste ver. Ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida… me dejas sólo. ¿Por qué, Señor…? ¿Dónde estás ahora?
La voz del Señor no se hizo esperar:
−Mira, hijo: cuando estabas bien, cuando la calma y la serenidad inundaban tu alma, yo caminaba a tu lado. Pudiste ver mis huellas en la arena…
Ahora que estás mal, que te siento cansado y abatido, ya no camino a tu lado… He preferido llevarte en mis brazos.
Las dos pisadas que ves en la arena no son las tuyas, sino las mías, profundas y claras… marcadas por el peso de tu propio cansancio…”.

José Iribas
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://anecdotasypoesias.blogspot.com.es

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