Nicolás era un chavalín que entró a una heladería y se sentó en una de las mesas, esperando a ser atendido.
Al poco, se le acercó una de las camareras y el niño le dijo:
− ¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?
− Cincuenta centavos, respondió aquella.
El pequeño contó las monedas que llevaba encima. Y volvió a preguntar:
− ¿Y, cuánto cuesta un helado solo?
Como había gente esperando en otra mesa, la camarera se impacientó y le contestó con un tono un poco brusco:
− Treinta y cinco.
Nicolás volvió a contar sus monedas y le señaló:
− Tomaré el helado solo.
La camarera se lo trajo, puso la cuenta en un platillo sobre la mesa y se fue a atender a otros clientes.
Nicolás se tomó su helado −sin almendras−, pagó en caja, dijo adiós y se fue de la heladería.
Cuando la camarera se acercó a limpiar la mesa que había ocupado el pequeño Nicolás, le costó tragar saliva al ver, ordenadamente colocados junto al plato vacío, veinticinco centavos… Su propina.
Te he traído a colación esta breve historia porque hace muy poco leí un artículo interesante titulado “¿Sueles juzgar con frecuencia? Aquí una manera simple de dejarlo”. Ahí lo dejo.
La verdad es que, a veces, tenemos tendencia a juzgar, no ya solo las conductas… sino incluso a las personas.
Deberíamos ser más cautos y respetuosos. Como leí una vez: “No confíes en todo lo que ves; la sal también parece azúcar” (o viceversa).
Y, en consecuencia, y por ponerme más filosófico, soy partidario de aplicar(me) con mayor frecuencia eso que señalaba Platón (al menos a él se le atribuye): “Sé amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla”. De la que quizás nada sabemos.
Jose Iribas
almudi.org
Juan Ramón Domínguez Palacioshttp://anecdotasypoesias.blogspot.com.es
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