sábado, 1 de marzo de 2014

Step by step

   
   En 1990, los New Kids on the Block alcanzaron por fin la fama con su álbum Step by step. El conjunto realizó más de 250 conciertos aquel año, y según la revista Forbes nadie que se dedicara a la música ganó más dinero que ellos. Las colas para comprar entradas eran interminables. Muchas chicas se pegaban por verlos, y lloraban como locas cuando suponían –porque era un suponer– que Danny Wood, o cualquiera de los otros cuatro, les había mirado. Sí, tía, te ha mirado, y está ahora mismo pensando en ti... —menos mal que hay también otras amigas cuya dedicación fundamental es bajar los humitos con su sentido común...

   Esas revistas que leen algunos con quince años, entonces menos putrefactas que ahora, hablaban de sus costumbres, gustos, proyectos e ilusiones (yo –no te voy a engañar– leía el Marca... y lo sigo leyendo, contento porque en marzo volvemos a tener Champions). Los New Kids salían incluso en el telediario, y eran muy famosos.


   Imagino que muchos lectores, si tuvieron gusto por esa música, recordarán el fugaz paso del grupo americano por sus vidas. Es curioso, en el 2008 se reunieron otra vez a girar por ahí con su música. ¿Andarán mal de dinero? Eran uno más en el rutilante universo de las estrellas del pop; eran lo que hoy es One Direction; fueron lo que será un día otro un nuevo grupo de jovencitos, cóctel de fama pasajera y hormonas a flor de piel.

   Pero no te engañes, es cuestión de tiempo: por más que reaparezcan, los que una vez fueron el toque de todas las salsas, pronto se hallarán en el más absoluto olvido. Si enciendes el ordenador y buscas Step by step, quizá te sorprenda el resultado. Aparecen una fundación de nosequé y ofertas de trabajo. Es cierto: también aparece un vídeo con la canción. Pero la sensación ya no es la misma. Para nada. Imagino que, con los años, cuando los niños monos de One Direction peinen canas, su entrada en google –si es que existe google– mostrará seis millones de aciertos, vinculados muchos de ellos a la Dirección General de Tráfico de, por ejemplo, Inglaterra. 

   Solo pasando muchas páginas web veremos su lozana juventud de antaño, y suspiraremos con suspiros de adolescente, contentos de haber escuchado tan livianos melismas y pobres melodías. Eso sí, no se te ocurra pinchar en el enlace, no sea que te hunda ver su forma de vestir, cantar o maquillarse; como deprime hoy ver a Franco Battiato cantando «Yo quiero verte danzar», o a Mazinger Z elogiado en canción deplorable de los Petersellers.


   Todo pasa. La fama de muchos, en apariencia eterna, al desagüe. Que sí: que Luis Suárez ganó el balón de oro, pero hoy está viejísimo; y, a Di Stefano, la saeta rubia, maestro en el regate, le cuesta casi dar un paso. Todo, absolutamente todo, es caduco... todo, salvo una cosa: las palabras de Jesús. Lo anuncia en su evangelio: «Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35).


   Todo este exordio intenta hacerte consciente de la importancia de la Palabra de Dios, de meditarla cada día, de llevarla en tu cabeza y en tu corazón. Es lo único que irá contigo para siempre, también para la vida eterna. Mira que incluso los amores humanos pasan. Los ancianos lo saben bien; porque les cuesta infinitamente encajar la ausencia de aquel o aquella con quien compartieron cincuenta, sesenta o Dios sabe cuántos años de vida. 

   Aun cuando todo fuera bien, la muerte es inexorable en su crudeza, y separa drásticamente a los amantes. Por eso, vuelvo a insistir, debo decirte, sin dramas ni lamentos, que todo pasa. Frente a esta verdad, pensar que la palabra de Cristo permanece nos proporciona un asidero fuerte y sano, santo, al que agarrarnos de por vida. Cuatro evangelios, además del resto de la Escritura, componen la palabra que Dios quiso dirigirnos a ti y a mí. 

   Mi propuesta es sencilla: leamos el Evangelio con sinceridad y sosiego todos los días.

Fulgencio Espá 


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