domingo, 13 de abril de 2014

El rey de la Gloria

“Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén, he aquí tu REY viene a tí, justo y salvador”. Zacarías 9:9

Lluvia de lirios y aromadas rosas
embalsaman el rústico camino;
pisando ricos mantos, va el pollino
del pueblo entre las voces victoriosas.
Delirantes las turbas anhelosas
rodean al mansísimo Rabino:
¡Hay en torno un ambiente tan divino
que divinas se ven todas las cosas!
Alegría respiran las terrazas,
alabanzas las calles y las plazas
y en Sión hay fiebre de fervor y canto:
¡Que se abran ya las puertas matinales!
Resuenen los Salterios y arpas reales,
y ¡Paso! al Rey triunfal, Mesías Santo!

El humilde Hijo del carpintero de Nazareth, Cristo nuestro amado Salvador, en este memorable día de la solemne toma de posesión de su ciudad real Jerusalén, bajo el manto de su gloriosa mansedumbre y rodeado por sus mansos discípulos, recibe la delirante ovación de un pueblo que reconoce por solo cinco días el señorío de su reinado, cuando clamaron: “No tenemos más rey que al César”. Entra a la ciudad davídica no como un conquistador al fulgor de la espada sino como el redentor a la sombra de la cruz. No luce un soberbio caballo sino, como Zacarías le vió: “Vendrá humilde y cabalgando sobre un asno”. Pero David canta la gloria de este Rey: “Alzad oh puertas, vuestros capiteles y entrará el Rey de Gloria: ¡Cristo! Y el creyente dice: ¡Entra en mi corazón, Oh Cristo, pues en él hay un trono para ti.
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