martes, 18 de noviembre de 2014

El anciano Eleazar


  En tiempos del rey Antíoco se desató una fortísima persecución contra Israel. El Templo fue profanado y en él se introdujo el culto a los dioses griegos en lugar de Yahvé. Se prohibió celebrar el sábado, y cada mes los judíos eran obligados a celebrar el natalicio del rey, participando en los sacrificios que se inmolaban con este motivo y comiendo sus carnes.

   Eleazar, un anciano venerable de noventa años, se mantuvo fiel a la fe de sus padres y prefirió la muerte a tomar parte en estos sacrificios. Antiguos amigos le propusieron traer alimentos permitidos para simular delante de los demás que había comido de las carnes sacrificadas, según el mandato del rey. Haciendo esto -le decían- se libraría de la muerte. 

   Pero Eleazar se mantuvo fiel a la vida ejemplar que había llevado desde niño, considerando que era indigno de su ancianidad disimular, no fuera que luego pudiesen decir los jóvenes que, a sus noventa años, se había paganizado con los extranjeros. Mi simulación por amor de esta corta y perecedera vida -dijo- los induciría a error, y echaría sobre mi vejez la afrenta y el oprobio; y aunque al presente lograra librarme de los castigos humanos, de las manos del Omnipotente no escaparé ni en la vida ni en la muerte.

   Eleazar se encaminó al suplicio y, estando a punto de morir, exclamó: El Señor Santísimo ve bien que, pudiendo librarme de la muerte, doy mi cuerpo al tormento; pero mi alma lo sufre gozosa en el temor de Dios. El autor sagrado recoge la ejemplaridad de su muerte, no sólo para los jóvenes, sino para toda la nación. Este relato [1] nos recuerda también a nosotros la fidelidad sin fisuras a los compromisos contraídos en la fe, para ser leales al Señor también cuando quizá nos sería más fácil ceder por la presión de un ambiente pagano hostil, o por una circunstancia difícil que hayamos de atravesar.

San Juan Crisóstomo llama a Eleazar "protomártir del Antiguo Testamento" [2]. Su actitud gozosa en el martirio es como un preludio de aquella alegría que Jesús preconizará de los que serían perseguidos por su nombre [3]. Es el gozo que el Señor nos hace experimentar cuando, por ser fieles a la fe y a la propia vocación, padecemos alguna contrariedad.

Francisco Fernández, Hablar con Dios, martes semana 33 t.o.

(1) Primera lectura. Año I. 2M 6, 18 - 31.
(2) SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilía 3, sobre los santos Macabeos.
(3) Cfr. Mt 5, 12.


No hay comentarios:

Publicar un comentario