jueves, 26 de febrero de 2015

La audacia de Esther, reina de los persas

   Nos situamos en tiempos de Darío, rey de los persas. Los judíos están deportados en un país extranjero. Viven en una tierra que no es la suya, pero con el paso de los años se han instalado, tienen sus trabajos, y la habitan pacíficamente. El malvado ministro Amán decide que hay que dar muerte a todos los judíos. Quiere exterminarlos. Como tiene todo el poder, empieza a preparar el fin del pueblo hebreo.

   La mujer del rey se llama Esther y es judía. No sabe nada de los designios de Amán, hasta que un día recibe una notificación de sus hermanos de raza, donde le cuentan lo sucedido y le ruegan que intervenga ante su marido. La reina queda aterrada. Las leyes del reino ordenan que la mujer del rey no puede hablar con él salvo que él la llame a su presencia. 

Dicho de otra manera: si le dirige la palabra, existe la posibilidad de que caiga en desgracia y sea condenada a muerte. Tan importante era el rey: nadie puede hablarle sin permiso. Después de dudar mucho, Esther se decide a ir a parlamentar con el monarca, su marido. Y se prepara con una hermosísima oración que los judíos recuerdan todavía:


Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, ¡bendito seas! Protégeme, porque estoy sola y no tengo más defensor que tú, Señor, y voy a jugarme la vida. Señor, yo sé, por los libros que nos dejaron nuestros padres, que Tú siempre salvas a los que te son fieles. Ayúdame ahora a mí, porque no tengo a nadie más que a ti, Señor y Dios mío. Ayúdame, Señor, porque estoy desamparada. Pon en mis labios palabras aceradas, cuando esté en presencia del león, y haz que yo le agrade, para que su corazón se vuelva en contra de nuestro enemigo, para ruina de este y de sus cómplices. Con tu poder, Señor, líbranos de nuestros enemigos. Convierte nuestro llanto en alegría y haz que nuestros sufrimientos nos obtengan la vida.

Esther se preparó con oración y penitencia. Después se arregló lo mejor que pudo, se puso los mejores vestidos y las joyas más ricas… y se dirigió a la presencia de su esposo. El rey la vio llegar y su presencia le subyugó. La atendió cariñosamente. Le gustaba mucho. Era muy guapa, y además le trataba muy bien.

Pero Esther no solo es hermosa, es además una mujer inteligente. Cuando se hubo ganado ya el corazón del monarca, le dice, en presencia de Amán en medio de un suntuoso banquete, que este se ha propuesto acabar con sus hermanos judíos. El rey, que confiaba plenamente en su ministro, no conocía sus planes. 

Airado, se retira de la escena y Amán, dándose cuenta de la gravedad de la situación, se arrodilla a los pies de la reina pidiendo clemencia. Cuando el monarca regresa y encuentra a Amán postrado ante su esposa, lo considera una insolencia intolerable. Manda que sea llevado directamente a la horca y revoca la ley de exterminio de los israelitas…

Esther fue escuchada. ¿Y nosotros? Tenemos que pedir a Dios luces para que dirijamos al Señor solo aquellas peticiones que merecen realmente la pena. Dios no está para pedirle que nos toque la lotería o gane nuestro equipo de fútbol. Él atiende siempre a nuestras peticiones, pero nos pide que sean maduras y llenas de fe.Esther abrió su corazón a Dios, y confió plenamente en Él. Muchos siglos más tarde, Jesús dirá: pedid y se os dará… y hoy encontramos en Esther un modelo de confianza en Dios y una ejemplar oración de petición.

Fulgencio Espá

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