domingo, 30 de agosto de 2015

La desolación de Elías

Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas (1 R 19, 7). Elías está tan desanimado que se ha convencido de que no puede más. Ha llegado a oídos de Jezabel –la esposa del Rey– que el profeta ha dado muerte en el Carmelo a todos los sacerdotes de Baal a los que ella tenía tanto afecto, y ha jurado entre dientes: que los dioses me castiguen si mañana, a la misma hora, yo no hago con tu vida lo que tú hiciste con la de ellos (1 R 19, 2).

Elías echa a correr: huye de la ira de la reina. Sabe que tiene sus horas contadas. Tiene miedo a la amenaza, ha puesto todos los medios a su alcance para salir del peligro, pero el desierto es largo, el camino angosto, el sol aprieta. Elías corre, pero faltan el agua, las fuerzas, el ánimo y, al final, se agosta incluso su deseo de vivir. Hasta aquí hemos llegado, debió de pensar Elías en su interior, y, sentándose bajo una retama, esperó a la muerte.


En muchas ocasiones encontramos también nosotros innumerables motivos para desanimarnos en el camino de nuestra vida. A veces, son amenazas muy serias, como la sufrida por el profeta; pero casi siempre es sencillamente el peso y el bochorno del día a día. 

Son pequeñeces, pero pequeñeces que nos cargan, y que –todas juntas– llegan a hacer del nuestro un camino intransitable: una sociedad contraria a nuestro deseo de ser buenos hijos de Dios, amistades que no son todo lo fieles que desearíamos, amores efímeros, una relación difícil con los padres (o con los hijos), enfrentamientos familiares, dificultades de estudio o de trabajo…

No des la espalda a tus propios problemas. Aprovecha tu oración para exponerlos con naturalidad delante de Dios. Elías fue más claro que nadie: déjame morir, exclamó en su interior. Nosotros vamos a decirle cómo estamos y, concretamente, qué cosas nos desaniman. Es momento de sincerarse con Dios, para poder escuchar, como por primera vez y dicho bien bajito al oído de tu corazón, las palabras que consolaron el alma de Elías y le impulsaron a seguir adelante:

Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas. Se levantó Elías, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Orbe, el monte de Dios (1 R 19, 7-8).

Fulgencio Espá

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