jueves, 13 de agosto de 2015

Ray Arce, forjador de campeones

«Fue mi padre, mi psicólogo, mi maestro, mi amigo y mi mentor». Quien habla es Billy Soose, campeón de boxeo de peso medio a principios de los años cuarenta. Se refiere a su entrenador, el mítico Ray Arce, padre de veintidós campeones mundiales: un catedrático en la ciencia del boxeo.

Era un motivador nato que ganaba enseguida el respeto de sus púgiles. Serio y disciplinado, entrenaba con tesón. Estudiaba detenidamente al rival y descubría cosas que para los demás pasaban desapercibidas. Luego, conforme a los detalles observados, elaboraba una estrategia: el joven atleta, si era dócil a las indicaciones de Arcel y las seguía con fina obediencia, obtenía casi siempre la victoria.


Hay mil anécdotas. En una ocasión descubrió que el rival, aun cuando golpeaba menos que su chico, era absolutamente insuperable en defensa. Empezar una batalla desde el minuto uno a puñetazo limpio no llevaría a ninguna parte, porque era capaz de esquivarlos todos. Sería perder fuerzas. Consiguió que su pupilo se convenciera de aguantar diez asaltos simplemente cansando al enemigo. En el undécimo, con la guardia bajada, Arce solo dijo una imperativa palabra: cómetelo. Lo dejó K.O. en pocos segundos.
El entrenador es una figura esencial para apostar por la victoria, también en la vida espiritual. La figura del director espiritual es decisiva para asegurar la unidad de vida, porque es deber tuyo contarle sin vergüenza ninguna todas tus cosas. Contando con tu sinceridad de corazón, él te dará buenos consejos para apostar siempre por lo mejor, sofocando cualquier brote de vida egoísta.

Busca un sacerdote o alguien que te pueda ayudar –al estilo Ray Arcel: capaz de motivarte para la lucha, que tenga autoridad sobre ti y te lleve con disciplina. Obedécele absolutamente, y sé muy sincero. No tengas miedo a ponerte rojo delante de él: en la guerra, como en la guerra.

Busca personas capaces de leer más allá de lo que los hombres habitualmente ven; que sepa describir lo que te pasa y acudir a las causas profundas. De ese modo, toda sombra de doble vida desaparecerá y disfrutarás de la única vida del buen hijo de Dios.

Fulgencio Espá

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