viernes, 19 de agosto de 2016

Omran, el niño de Alepo

La foto tiene efectos inmediatos. Al verla es difícil no experimentar unas ganas incontenibles de coger al niño en brazos, limpiarle el rostro y repeinarlo. Es verlo y uno ahueca los brazos como una nodriza. La conmoción le da a su mirada una serenidad sobrenatural. Está y no está. Un pitido. La nada en el niño. En lo imperturbable, ¿no parece que hay un reproche? A ver quién aguanta la mirada al chiquillo... Decir que «nos mira» sería otro horror periodístico; mira al fotógrafo, que le lanza fotos como a un medallista. Y la foto es material sensible también para la propaganda de turno, aunque fuera pacifista. Me dicen que es una manipulación y me lo creo, pero el niño es cierto.

De una bomba un niño sale envejecido. Sabrá lo inmemorial. Cómo se sienta en la ambulancia, sin moverse y pasa su mano por la cara y trata de limpiar su sangre y mete después la mano en el bolsillo. Esta postura que le reclamamos siempre. 
Más que nunca es momento de unirnos al Papa en la oración y en el clamor por la paz en Siria y en todos los lugares del mundo donde imperan la violencia y el odio. Que nuestra voz resuene en todos los foros mundiales de internet para conseguir el cese de toda violencia.

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