jueves, 11 de agosto de 2016

Mireia Belmonte, el oro de una vida

«¡Esta tía está loca! Lo ha hecho. Ha hecho lo que dijo hace cuatro años. Chapeau». Fred Vergnoux, ojos rojos de emoción, no se contenía. Es el preparador de Mireia Belmonte, que tras ser plata en los Juegos de Londres 2012 le dijo, casi le ordenó: «A por el oro en Río». Cumplido. Es su primer título olímpico, su cuarta medalla. Su coronación. «Mireia es pasión y trabajo», ensalza Vergoux. «No es la que más talento tiene. Era la más pequeñita de la final y mira. Oro. Increíble». 

Pasa con ella cada hora del día y aún le sorprende. «Esta mañana, en la comida antes de venir a la piscina me he muerto de risa con ella ¡Está loca!». De contenta. «Muy nerviosa, estoy muy nerviosa, he soñado con esto siempre. Me voy al podio», dice la nadadora catalana al salir de la piscina donde ha recogido el oro de toda una vida. En la tarima de oro se ha emocionado. Ha besado la medalla. Se le ha notado un ‘puchero’ de niña. Estaban los suyos en la grada. Ellos saben cuál ha sido el camino.
En 25 metros de piscina caben cuatro años de Mireia Belmonte. A esa distancia de la última pared de la final olímpica de Londres 2002 perdió el oro en los 200 mariposa. La china Jiao Liuyang remontó a la catalana, que se conformó con su segunda plata. ¿Se conformó? El doble éxito olímpico la había liberado de todas sus inseguridades. Afrontó aquella final al modo suicida. Se escapó de salida, como un ciclista. Convencida. Y cayó justo al final. La piscina parece horizontal, pero en realidad es un puerto de montaña. Vertical. A cada brazada más inclinado. Por eso los últimos metros, cuando ya se pierde el estilo y hay que tirar de alma y de reservas, son tan profundos. En ellos ha invertido Mireia estos últimos cuatro años. Cuando salió de la piscina de Londres, pudo haberse relajado, pero soltó: «Quiero el oro en Río». Y sólo podía ser en los 200 mariposa, la prueba más abrasiva, la más dura. Como ella.
Madrugada en España. Pasadas la diez de la noche en Río de Janeiro. «¡Mireia Belmonte!», anuncia la megafonía en melodioso portugués. Ahí está. Concentrada. Gafas apretadas. Con la toalla al cuello, su símbolo de guerra. Con el ‘reggaeton’ en los cascos tapando el bullicio de la piscina olímpica. Tiene una misión: echar los últimos cuatro años de su vida en esos 200 metros de agua. Volver a enfrentarse a aquella pared de Londres que no tocó primera. Desde entonces ha vivido para eso: enclaustrada en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, enseñando a su cuerpo a vivir sin oxígeno. Apnea bajo el agua. Ha hecho de todo para ganar fuerza: nadar retenida por una gomas, saltar vallas dentro de la piscina... Ha pulido su ya fino estilo: ahora apenas ocupa espacio en el agua. Torpedo. Y, sobre todo, ha dormido con eso 25 metros finales en la diana de sus sueños y de sus pesadillas.
Era el día. Río de Janeiro y los 200 mariposa. Se golpeó las piernas y el pecho en el poyete. Que duela. Es su método. Primeros 50 metros. La australiana Madeline Grove, que partía con el mejor tiempo, se adelanta. Pero no tanto como en las semifinales. Mireia y Vergnoux tenían un plan: «No podíamos dejar que se fuera mucho». Grove marca 27.49. Mireia, segunda, 28.48. Controlado. La catalana clava el 100: un minuto exacto. «Era el plan», insiste Vergnoux. La australiana, con 59.54, ya está al alcance. Y ahí Mireia tira de todo: lanza un ataque profundo, casi suicida: sale bien y al paso por el 150 ya manda: 1.32.31, 14 centésimas menos que Grove. Queda aún el muro. 50 metros para la medalla.
Último giro. Última piscina. Última pared. La de Londres. La de Río. El estilo mariposa machaca. Obliga a levantar los brazos conectados con un par de patadas mientras el nadador se impulsa con el tronco. Con la asfixia, a casi todos se les descompone la silueta. El centro de gravedad se les hunde. Bajan la cadera. Suben la cabeza. No avanzan. Se convierten en una boya. Es el peligro del tramo final. Mireia lleva desde Londres ensayando esa agonía. Ha mejorado su natación submarina para ahorrar fuerzas. «El nado subacuático es su mejor arma», cuenta casi llorando Vergonux. Cada milésima vale. No se ha entrenado para nadar, sino para sufrir. Así, con una mano sin fuerzas pero cargada de fe, ganó el bronce en el último suspiro de la final del 400 estilos aquí en Río. Así nada. Como es. Hace un año tenían que ayudarle a salir de la piscina porque tenía los hombros machacados.
Gira en el 150. Cuando emerge en esos 50 metros finales tiene el oro. Sólo hay que defenderlo. Cuidado. A Grove se le suma en la pelea la japonesa Natsumi Hoshi, que como Belmonte suele entrenarse en Sierra Nevada. Mireia ha gastado casi todo. «Ahí me he asustado», reconoce Vergnoux. ¿Y si se apaga? En el 200 mariposa hay que llegar con la gasolina justa, con la última gota, a punto de vaciar el depósito. Restan diez metros. Cuatro años. Lo que no queda es aire. Da igual. Grove se pone casi a la par. Pero esta vez no va a ser como en Londres. Mireia lo había soñado siempre y toca primera la pared: 2.04.85, tres centésimas menos que Grove, uno oro más. Se ha mejorado a sí misma en más de un segundo. Ya tiene dos platas, un bronce y el oro que ha buscado toda la vida. El primer oro de España en Río. La primera nadadora española de ese metal. Cuatro años de camino, de dudas por las lesiones, para encontrar su tesoro en 200 metros acuáticos de Río. «Estoy muy orgullosa».
abc.es

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