viernes, 7 de septiembre de 2018

El amor que transforma

Betty tiene 14 años. La conocimos con los trabajadores sociales en la calle. Es una niña con rostro, cuerpo y mente de niña. Ha vivido en las calles de Freetown desde los 9 años. Ha sobrevivido de la única manera que puede sobrevivir una niña en la calle: prostituyéndose. La han usado, abusado y descartado, pero es inteligente y muy activa, aunque lleva dentro una carga inmensa de ira y frustración.
En el refugio de Don Bosco Fambul para chicas es un dolor de cabeza para las trabajadoras sociales y para sus compañeras porque las peleas y las discusiones son frecuentes. De vez en cuando se escapa y viene a mi oficina cargada con su culpa camuflada con una sonrisa y me cuenta sus penas y luchas interiores. Entonces siento una profunda compasión por ella. Me duele que viva en continuo dolor. Después de su último ataque de ira en el refugio me escribió una pequeña carta: «Querido padre Jorge. Te quiero mucho. Quiero que seas mi padre. Que Dios te bendiga. Perdón por lo que hice la otra noche [había peleado y quería irse del refugio]. Por favor, perdóname. ¿Puedes perdonarme? ¿Sí o no?». Y firmaba con su mano completa.

¿Cómo no perdonarla? ¿Qué culpa tiene ella de que las circunstancias de la vida la hayan arrastrado al infierno de la prostitución? No dejo de decirle: «No es tu culpa», «eres hermosa e inteligente», «Dios te ama y cuida de ti», «no dejes de soñar», «eres una obra maestra salida de las manos de Dios»…
Betty necesita atención y cariño. Necesita saber con certeza que no es juzgada ni discriminada. Tiene que sentirse querida y amada simplemente porque es Betty. Ahí exactamente reside el milagro de su potencial transformación: en la amabilidad, la paciencia y el amor incondicional que tengamos por ella. Necesita una mirada misericordiosa que no la juzgue ni le ponga etiquetas. Un amor compasivo y exigente al mismo tiempo.
La mayoría de las veces las personas empiezan a cambiar cuando dejamos de pedirles que cambien, cuando las tratamos con cariño y las aceptamos como son. A fin de cuentas –como decía el Papa Benedicto XVI– «a Dios no le interesan nuestras caídas, sino nuestras levantadas». El que se cree santo, bueno, justo y mejor que los demás se cierra a la Gracia y no puede experimentar la fuerza de la misericordia de Dios ni el perdón de los demás. Por algo será que Jesús dijo que «los publicanos y las prostitutas se nos han adelantado en el Reino de Dios» (Mt 21,28-32).
Ciertamente, Betty también nos lleva la delantera.
Jorge Crisafulli
Misionero salesiano en Freetown (Sierra Leona)
alfayomega.es
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://anecdotasypoesias.blogspot.com.es

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