"-Hasta el 23 de septiembre de 1916, aproximadamente a las cuatro y media de la tarde, yo no creía que el hombre tuviese alma-declaró mi viejo amigo el coronel M.-; desde entonces no sólo lo creo, sino que lo sé.
-Y ¿qué es lo que lo ha cambiado tan radicalmente su convicción?
-Estaba en la trinchera junto a mi amigo el capitán S., una de las personas más inteligentes y cultas que jamás he conocido. Conversamos y él hizo algunas observaciones extraordinariamente ingeniosas sobre literatura oriental, tema que le interesaba mucho, Hafiz, Omar. Ya sabe usted.
Seguidamente recitó versos de un poema de Hafiz, y de repente llegó el silbido y el impacto. Yo estaba ileso. Él estaba muerto. Pero lo que estaba ante mí no era él, era su cuerpo inmóvil, una envoltura vacía, una miserable nada. Su ciencia, su espíritu, su encanto, todo se había esfumado. Entonces comprendí claramente que él, lo auténtico y esencial de él, se había separado de aquella envoltura. ¿Por qué sonríe usted?
-Porque su experiencia coincide totalmente con la enseñanza de uno de los más grandes filósofos de hace más de mil quinientos años: San Agustín.
Uno de sus discípulos le preguntó en una ocasión:
¿Cómo puedo saber que tengo alma?
¿Qué es el alma en definitiva?
San Agustín le preguntó a su vez:
¿Eres idéntico a tu cadáver? Él tiene tu pelo, tus facciones, todos tus órganos.
¿Pero eres idéntico a él?
No, no, reconoció su discípulo.
San Agustín asintió... Pues no tienes más que restar tu cadáver de tu persona y lo que queda es el alma".
ANECDONET
ANECDONET
No hay comentarios:
Publicar un comentario