viernes, 28 de junio de 2013

Una entrada asombrosa del primer violín

   
   Era su primera intervención en el auditorio nacional, y la joven orquesta daba, por así decir, su salto a la fama. Más de ochenta chicos y chicas de toda la geografía nacional se encontraban ya en el umbral de su más grande actuación. La quinta de Beethoven, entre otras piezas. Sus familiares y amigos ocupaban buena parte de los primeros puestos. Gran expectación.

  Todos estaban nerviosísimos esperando la entrada del primer violín, un virtuoso nacido en Hungría educado desde los tres años en el arte de la música. Nadie podía esperar lo que de hecho sucedió: József se puso en pie, elegantemente vestido con su traje bien planchado, nuevo quizá... y con una imponente pata de jamón de jabugo entre las manos. Quizá la escena te haga sonreír, pero te aseguro que a sus compañeros de orquesta no les hizo ninguna gracia... Y el enojo fue en aumento cuando József se echó el jamón al hombro, haciendo que lo tocaba como si de un violín se tratase.

   Mediante ese gesto, el joven húngaro quiso significar algo, y el método resultó tan efectivo como transgresor. Aun cuando la orquesta reprodujera a la perfección la obra del maestro, nunca llegaría a acercar al auditorio, siquiera un mínimo, a la belleza suprema y trascendental de la música. Sería solo imitación, intento vano. La belleza queda más allá de lo que un humano pueda representar.

   Hoy leemos en el evangelio la curación del leproso. Este hecho milagroso se obró por el tacto de Cristo: «extendió la mano y lo tocó». Pensar que la naturaleza humana pueda sanar con el simple hecho de tocar es tan absurdo como intentar que un jamón reproduzca la armonía del violín. Supera su capacidad, trasciende sus posibilidades: va más allá de lo que naturalmente puede hacer.

Solo un aspecto del evangelio de hoy hace razonable la escena: tocando Cristo, es Dios mismo el que toca. Pensadas así las cosas, la humanidad de Jesús toma una relevancia quizá antes insospechada: Dios quiso servirse de nuestra pobre naturaleza para obrar acciones maravillosas, llenas de ternura y amor, plenas de salud y liberación, ¡divinas! Se unió de tal manera a la naturaleza humana en Jesucristo que esta pobre carne es capaz de un obrar sobrenatural.

   ¿Adónde va esta reflexión? A poner de manifiesto que no es en absoluto inútil el esfuerzo de unirnos más a Dios por medio de un plan de vida espiritual exigente y de una mortificación constante. ¡También nosotros queremos que Dios cure y dé ánimos a nuestros amigos a través de nuestra pobre humanidad! Y la eficacia de nuestra acción depende –muy directamente– de lo unidos que estemos a Dios.

Fulgencio Espá, Con Él, 28 de junio

San Mateo 8, 1-4

En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.
En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: —«Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó diciendo: —«¡Quiero, queda limpio!». Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: —«No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés».

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