sábado, 17 de agosto de 2013

Las tres escaleras


Las tres escaleras y la Piazza del Campidoglio

Tres escaleras ante esta bellísima plaza romana que ayudan a reflexionar sobre la grandeza del amor humano.



 Maravillosa plaza en el centro de Roma. Reformada hace siglos por Miguel Ángel, es sin duda uno de los rincones más bonitos de la Urbe.

   Al pie del Campidoglio, porque así se llama el lugar, tres escaleras a la vista del turista. La primera, amplia y espaciosa, aunque empinada y dura, sube hasta la cota más alta, coronada por la bellísima iglesia de Santa María in Ara Coeli. La segunda, más ancha y suave, llega al Ayuntamiento. Una tercera escalera surge a mano derecha del observador: es pequeña, estrecha y conduce a una raquítica explanada que no lleva a ninguna parte.

   Este rincón de Roma refleja los tres modos en que los hombres y las mujeres pueden plantearse su convivencia: una escalera empinada pero preciosa que lleva a la Iglesia (al matrimonio), otra menos elevada que conduce a la solución civil y la última que no lleva, como decíamos, a ninguna parte, y que hace referencia a aquellos que decidieron pensar poco en el presente y nada en el futuro.

   Las bodas por la Iglesia son siempre bonitas. No solo por el traje de la novia o la belleza del templo, sino por el mismo concepto de amor que Cristo le ha dejado en herencia. La Iglesia recuerda a los hombres que son capaces de amar para toda la vida: que las dificultades se pueden superar y los problemas son para hablarlos; que hay que pelear el amor; que merece mucho la pena darlo todo por la persona querida... Que el amor es un don inesperado, sí, pero que es al mismo tiempo una tarea entusiasmante para nuestra libertad.

Es bonito hacer del centro de la vida el amor a tu esposa o a tu marido, buscando la complementariedad que existe naturalmente entre una mujer y un hombre, y tratando de morir a uno mismo para que el cónyuge tenga vida de verdad. El amor matrimonial, además, da mucha satisfacción a los esposos, porque se perfeccionan mutuamente y descubren que su relación no solo es la suma de sus capacidades, sino algo nuevo, más grande, que casi siempre se traduce en la fecundidad de los hijos.

Pídele a Dios que no te acostumbres a ver como normal que la gente se quiera «a modo de prueba de fallos», como en Windows. No pierdas nunca la convicción de que existe (y existe de verdad) el amor para toda la vida.

Fulgencio Espá, Con Él, Agosto 2013

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