viernes, 6 de diciembre de 2013

Mirar el Tabernáculo con otros ojos

   Tenía por costumbre sentarse siempre en el tercer banco por la izquierda. Tampoco era una maniática: si su lugar habitual se encontraba ocupado, no tenía reparo alguno en sentarse un banco por delante u otro por detrás. No importaba en exceso. Se trataba, sin embargo, de una mujer de costumbres que puntualmente acudía a la Misa de doce del colegio.

   Una preocupación había ensombrecido su ánimo cuando hace seis años se mudó al nuevo barrio. Sabía –bastaba ver el plano del suburbio o preguntar a cualquiera– que no había iglesia en cinco kilómetros a la redonda. Una distancia grande para ella, que carecía de carnet de conducir. Había, no obstante, un buen metro que podría conducirla cubriendo las tres paradas que distaban entre su casa y la iglesia. No era suficiente; el invierno en la ciudad es frío y oscuro, incluso agresivo y podía resultar hasta peligroso. Oró a Dios que le diera una solución y Él, como siempre, se mostró generosísimo.


Escasamente a un minuto de su casa había un colegio privado. Se acercó a preguntar. Misa de doce. De lunes a viernes. Antonia no podía estar más contenta. Durante el recreo de los pequeños, una Misa daba posibilidad a profesores y alumnos de participar del sacrificio del altar. La sorpresa de la señora Antonia fue ver que, durante el primer mes... ¡estaba ella sola!

Poco a poco se hizo famosa en la escuela. Saludaba a los niños, les llevaba chucherías, les preguntaba por sus cosas. Raro era el niño que no entraba a la capilla a saludar a Antonia. Cuando había un pequeño grupito a su alrededor, ella siempre aprovechaba para decirles lo mismo:

Niños, tenéis que hablar con Jesús. ¿No veis que está en el Sagrario?
Los niños miraban fijamente el tabernáculo y con sinceridad infantil respondían siempre que no lo veían.

Es que lo miráis con los ojos del cuerpo, y esos no pueden ver a Dios. Pensad que solo Moisés vio a Dios, y luego los Apóstoles vieron un ratito a Jesús como Dios en el Tabor y fijaos la impresión que les produjo. Quedaron consternados. Tenéis que mirar al Sagrario con los ojos del corazón. Probad y veréis cómo lo contempláis enseguida.

Era matemático. Los niños apretaban fuerte los ojos y todos o casi todos respondían al unísono que ya veían a Jesús. Lo decían sinceramente, no por aparentar. Tampoco era extraño que alguno pidiera de viva voz a Jesús que sus padres pararan de discutir o que deseaban tener otro hermanito. La señora Antonia, entre tanto, los encomendaba uno a uno a la Santísima Virgen.

Fulgencio Espá

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