domingo, 25 de mayo de 2014

La incubadora

 
 Era en un pueblecito de la italiana provincia del Lazio. Don Carlos había sido invitado a comer por una familia de campo: solo asistirían los padres porque los dos hijos, ya mayores, excusaron su presencia por diversas razones. 

   Hablaron de todo un poco. Ya en el café, la señora comentó con sorpresa cómo su vecina esperaba el octavo hijo, y exclamó jocosamente: «¡Esa mujer parece una incubadora!».

   El comentario hirió los oídos del sacerdote más que una daga afilada y, sin mediar un segundo, replicó: Señora, yo soy el pequeño de dieciséis... y mi madre no es una incubadora; es una verdadera mujer, de pies a cabeza: mujer y madre.

   La situación se había puesto tensa, con el consiguiente sonrojo de la buena campesina, que se descompuso en mil disculpas después de tan desafortunado comentario.

   La persecución que sufrimos hoy –al menos en los países occidentales– no consiste en la búsqueda y captura con el fin de dar muerte a los cristianos. El evangelio que anuncia la persecución se cumple hoy en esa caza silenciosa de la crítica, de la mofa, de la burla, del sarcasmo.

   Este acoso se concreta en la exclusión de cristianos de determinados puestos de trabajo (jueces, médicos, farmacéuticos, abogados); en el rechazo a la maternidad, en la mofa de la virginidad antes del matrimonio, o de las relaciones sexuales limpias y abiertas a la vida, en la incomprensión a la vocación al celibato o a la vida consagrada... Es precisamente en estos campos donde en el siglo XXI se persigue a los cristianos.

   Ante este panorama, ¿qué puedes hacer tú? Ofrece al Señor tanta incomprensión, que probablemente experimentes aun con personas muy queridas, incluso en tu familia, entre tus compañeros! Habla con Él de las situaciones que te han hecho sonrojar o de aquellas otras donde no fuiste capaz de responder auténticamente: te dio miedo. 

   Dile que quieres ser suyo, que quieres dar testimonio, que quieres ser valiente, que quieres ponerte siempre de su parte porque, además, conoces la promesa del Maestro: «quien se pone de mi parte delante de los hombres también yo me pondré de su parte delante de mi Padre del cielo».

  Grandeza de alma para saber soportar con alegría y amor las dificultades. Son estos tiempos de crisis, y en ellos demostremos al resto de los hombres –como decía san Ignacio de Antioquía– que el cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza de alma. 

   La magnanimidad (magna-anima) de quien no espera tener algún día una casa grande –con piscina y jardín– y un Jeep para ir a esquiar, sino que tiene la inmensa y firme esperanza de alcanzar el Amor Supremo, un Amor que no envejece ni se acostumbra a amar, una felicidad que no pasa, una alegría mayor que la de descender fluidamente por una pista alpina que nunca termina... Demostrémoslo brillando con nuestra paciencia y buen humor. Convenzamos a los demás con la palabra de nuestra caridad. ¿O de veras crees que ha existido alguien en la historia más feliz y más alegre que María?

Fulgencio Espá
EVANGELIO

San Juan 15, 18-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: —«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra”. Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».

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