jueves, 24 de julio de 2014

OLLA EXPRÉS


   
   Recordemos a la histórica olla exprés y reflexionemos.....   

Fue un gran invento en su tiempo: la olla exprés. Hoy ha sido sustituida por la llamada perfect, que tiene un funcionamiento idéntico, pero soporta presiones aún mayores, lo cual la hace más eficaz.

   El funcionamiento de una y otra sigue la ley fundamental de gases, según la cual el nivel de presión es directamente proporcional a la temperatura que se aplica a un gas contenido en un sistema cerrado. 

   Por ejemplo: cuando cierras una olla que está al fuego, la temperatura aumenta y, si lo haces herméticamente, como el gas no puede dilatarse, crece la presión, lo cual hace, a su vez, que aumente la temperatura. Lo genial de la olla exprés es, en definitiva, que los alimentos se cocinan mucho más rápidamente gracias a la elevada presión y temperatura que puede llegar a soportar.


   Ahora bien, conlleva un terrible riesgo: puede estallar. Las ollas exprés son algo peligrosas: si la goma está mal, o la válvula no funciona bien... la presión es tan fuerte que quizá la tapa no aguante y salte todo por los aires. Pasa a veces: la encimera queda destrozada, toda la cocina llena de restos de comida, los fuegos irreconocibles. ¡Ay de ti como pases cerca de ella en este momento! Puede hasta matarte...

   Hay cabezas que son como ollas exprés. Personas que son capaces de soportar altísimos niveles de temperatura sin decir nada: agravios, comparaciones, desprecios, ninguneos, sinsabores. Son memorias herméticamente cerradas: no liberan todo eso que les ocurre. Poco a poco, aumenta la presión, hasta que ya no pueden más, estallan... y todo salta por los aires.
Es habitual percibir esto en las relaciones de pareja o en la vida matrimonial. Ambos trabajan; ella, media jornada. 

   El marido llega a casa cansado y ese día no saluda por descuido a su mujer. Al día siguiente ni siquiera la llama y, al otro, no avisa de su ausencia para la cena: hay un negocio que cerrar y la cosa se ha alargado. A eso se suma que (como suele ocurrir entre los maridos) no sabe ni cómo se llaman los profesores de sus hijos. Aumenta la presión en la vida de la esposa: se da cuenta de que tiene que cargar con la casa, los hijos, además de su trabajo... y, encima, el cónyuge es incapaz de tener el más mínimo detalle. Pero no dice nada.

Es cuestión de tiempo: dos, cuatro u ocho meses. Da igual: un día la mujer estallará, ante la absoluta incomprensión de su marido, que no entiende en absoluto qué demonios le pasa a su mujer: se ha enfadado de repente; ha empezado por reprocharme que hace seis meses no le dije lo guapa que estaba por haber ido a la peluquería, y luego no ha parado. La mirará perplejo y aún dirá que a las mujeres no hay quién las entienda.

Los enfados de una memoria olla exprés salpican a todo lo que pille cerca, aunque luego le duela terriblemente. ¿Cuál es la solución para quienes poseen una cabeza de estas características? Evitar por todos los medios estar herméticamente cerrado. Piensa que los enfados fruto de la memoria serán mucho más espaciados si eres capaz de abrir periódicamente tu alma en la dirección espiritual, con los amigos o amigas que puedan ayudarte o incluso con la persona querida, no perdiendo la esperanza de que pueda cambiar.

Según decían los clásicos, las potencias del alma son tres: la memoria, la inteligencia y la voluntad. Desde que el pecado fue sembrado en los corazones de los hombres, estas facultades del espíritu humano están sujetas a corrupción y desorden. Es lo que le pasa a la memoria cuando se vive para el agravio, y sirve solo para recordar todo el mal que otros nos causaron: las ocasiones donde nos vimos despreciados, los plantones, las malas contestaciones.

Jesús no quiere que tengamos una memoria histórica capaz de decir milimétricamente lo que nos sentó mal, sino una memoria proyectada hacia el futuro, que sabe perdonar y mirar hacia adelante.
Dice el evangelio que somos dichosos porque muchos quisieron ver lo que nosotros vemos y oír lo que oímos, y no pudieron. Esas son las cosas buenas que hemos de recordar, los grandes beneficios naturales (la familia, los amigos, la salud, ¡lo que sea!) y sobrenaturales (la Eucaristía, la presencia del Espíritu Santo en nuestra alma, la ayuda maternal de María) con que Dios toma cuidado de nuestra existencia.

La memoria del amigo de Cristo es esperanza: sabe recordar las acciones de Dios en su vida y no se queda atascado en el pasado, sino que mira al futuro con ilusión.

Fulgencio Espá, Con Él, Julio 2014

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