domingo, 8 de noviembre de 2015

el prestamista judío de El mercader de Venecia

Lo que pide el prestamista judío de El mercader de Venecia es algo tan teóricamente justo como monstruoso: tenía la firma de su cliente que le autorizaba legalmente a cortarle una libra de carne en caso de no devolver el dinero prestado; y cuando el plazo vence, reclama el corazón. 
Pero entonces, la misma justicia reconoce su rigor excesivo y apela a algo más allá de sí misma, apela a la misericordia. Y Shylock, el viejo usurero, deberá escuchar estas palabras:

«Lo propio de la clemencia es no ser forzada; cae como la dulce lluvia sobre la llanura, y es dos veces bendita: bendice al que la concede y al que la recibe. Es lo que hay de más poderoso en quien lo puede todo. Sienta al monarca mejor que la corona. El cetro muestra bien la fuerza del poder, la majestad y el respeto que hacen temblar ante los reyes. 
Pero la clemencia está por encima de esa autoridad porque tiene su trono en los corazones de los reyes, es un atributo del mismo Dios, y el poder temporal se aproxima todo lo que puede al poder divino cuando la clemencia frena a la justicia. Además, judío, aunque la justicia sea tu punto de apoyo, considera que, en estricta justicia, ninguno de nosotros merece la salvación eterna; rezamos para solicitar clemencia, y esa misma oración nos enseña a todos que debemos ser clementes con los demás. 

No te he hablado tan largamente más que para animarte a moderar la justicia de tu demanda. Si persistes en ella, este rígido tribunal de Venecia, fiel a la ley, deberá necesariamente pronunciar sentencia contra el mercader aquí presente» (Shakespeare, El mercader de Venecia).

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