Porfirio Smerdou nació en Trieste, aunque fue educado en Bélgica. Ahijado del presidente mexicano Porfirio Díaz, a los 32 años, siendo cónsul de México, lo arriesgó todo para ocultar y salvar de una muerte segura a 580 personas de ambos bandos en Málaga durante la guerra civil.
En el número 19 de la calle República Argentina de Málaga, en el barrio del Limonar, una modesta casa pasa casi inadvertida tras un murete amarillo con seto. Dos pequeños letreros a ambos lados de su portalón negro aún mantienen el antiguo nombre de la finca, Villa Maya, aunque muchos de los que por allí pasan desconocen la conmovedora historia que se vivió tras los muros de esta residencia, que fue hogar del cónsul de México Porfirio Smerdou. En el horror que se desató en la ciudad el 18 de julio de 1936, sus 100 metros cuadrados prestaron refugio a multitud de perseguidos que pudieron salvar su vida.
Vacía desde hace meses y necesitada de reforma, Villa Maya parece haber caído en el mismo olvido que el diplomático mexicano. Hoy pocos recuerdan que, con apenas 32 años, este hombre nacido en Trieste, ahijado del presidente de México Porfirio Díaz y educado en Bélgica, lo arriesgó todo para ocultar y salvar a 580 personas de ambos bandos durante la Guerra Civil. Quica Pérez del Pulgar, la vecina del número 17, sí conoce su figura, porque su padre llamó a la puerta de Smerdou pidiendo auxilio.
Al alzamiento militar le siguió una ola de violencia contra todo aquel con ideas conservadoras. Familias enteras tuvieron que abandonar sus domicilios para esconderse en casas vecinas o escapar colina arriba. En aquellos días, un grupo de milicianos fue en busca del tío de Pérez del Pulgar a una casa situada algo más abajo que Villa Maya, también en el Limonar. «Allí mismo mataron a mi tío y a mi abuelo. Mi padre logró escapar por la puerta de atrás y llamó a la puerta de Villa Maya, pero Smerdou tuvo que decirle que no, porque no le cabía nadie más. No me explico cómo pudo caber allí tanta gente. Hasta 70 personas llegaron a dormir», relata Quica.
«El 18 de julio empezó a venir gente y mi padre no pudo decir que no», explica Luis María Smerdou, uno de los cuatro hijos del cónsul. Tenía seis años cuando estalló la guerra, pero aquel día se le quedó grabado en la memoria. Era sábado y se encontraba con su madre, sus hermanos y una tía que había ido a verles. Pasaban la tarde en un olivar a veinte metros de Villa Maya, cuando uno de sus primos comenzó a llorar por una apendicitis y tuvieron que ir al hospital. «Horas después comenzó a entrar gente en mi casa», asegura Luis. De aquellos días recuerda el ajetreo, la comida escasa y que «dormía con otros dos hermanos en una misma cama».
El primero en llamar a la puerta de Villa Maya fue el comerciante Ramón Varea Román. Le habían quemado su casa y dejado sin negocio. Smerdou y su esposa, Concha Altolaguirre Bolín, hermana del poeta Manuel Altolaguirre, le ofrecieron que se quedara con su familia. Después, llegaron la familia del médico Agustín Santos Ayuso, la del prestigioso cirujano Patricio Gutiérrez del Álamo (abuelo de Rosa Conde), los Herrero Bolín, un grupo de nueve religiosos, Fernando Casal, Tomás Heredia, Antonio Parody, Fernando García, Matías Huelin, Leopoldo Werner, Ana Gonzálvez… La lista de «El Schindler de la Guerra Civil», como recoge Diego Carcedo en su libro (Ediciones B), es larga.
Labor humanitaria
El respaldo de México a la República había convertido a Smerdou en una persona respetada entre la izquierda, lo que facilitó su labor humanitaria. Además, contó con el consentimiento de destacadas autoridades de Málaga, contrarias a las persecuciones de los más radicales. Smerdou logró ir sacando de la ciudad a muchos de los que ocultaba en Villa Maya, en el piso del cónsul argentino y en la casa de un comerciante al que proporcionó una bandera mexicana por sus años en el país latinoamericano.
En Villa Maya, a la escasez de espacio y a los inconvenientes de contar con un solo baño, pronto se unió la falta de comida. Por suerte, un pariente acogido por el diplomático ofreció su ayuda. «Mi tío Fernando le dijo a mi padre que fuera a su casa, porque allí tenía 25.000 pesetas escondidas en una caja de caudales. Cuando llegó, se encontró con que habían entrado en la casa. Con miedo de que le sorprendieran allí, llegó al sitio donde estaba escondido el dinero y afortunadamente no le pasó nada», relata Luis. Con ese dinero y lo que aportaron otros, los refugiados lograron sobrevivir hasta la entrada de las tropas de Queipo de Llano en Málaga, en febrero de 1937.
Preocupado por el peligro que corrían sus hijos y su mujer embarazada, y necesitado de espacio para albergar a todos los que solicitaban su ayuda, Smerdou buscó un pasaje para embarcar a su familia rumbo a Orán. Solo la pequeña Maya, de dos años, se quedó en Málaga con la niñera. «Se había encargado de la niña desde pequeña y cuando le dijeron que se la llevaban, se negó y les amenazó con revelar a los milicianos que en la casa vivían fascistas si no se quedaba», aclara su hermano.
Una vez su familia estuvo a salvo Smerdou se volcó aún más en las gestiones para salvar vidas, logrando la libertad de muchos encarcelados en el buque «Marqués de Chávarri» y recogiendo a otros de sus domicilios para ocultarlos. Con su bicicleta y después con el coche que un médico preso le prestó, se movía por Málaga con toda la «libertad» que era posible. No sabía conducir, pero el fiel Pepillo lo llevaba en aquel Adler al que colocaron dos banderas mexicanas y que tantos viajes realizó de Villa Maya al puerto para llevar a refugiados a los que el cónsul proporcionaba papeles para escapar a Marruecos, Gibraltar o Marsella.
Antonio Manuel Moral Roncal, profesor de la Universidad de Alcalá, cuenta en «El asilo consular en Málaga (19361937)» que Smerdou firmaba ruegos o aclaraciones de que el portador no era fascista, pero no eran pasaportes ni decía en ellos que el titular fuera mexicano. Solo en una ocasión, por insistencia del gobernador civil, falsificó un pasaporte para salvar a Bernabé de Fiestas y su familia. Aquello le costó el cargo. Smerdou fue cesado en diciembre, pero aún así, mantuvo la bandera de México en su casa y siguió protegiendo a sus refugiados durante dos meses más.
Peripecias del padre
En febrero de 1937, ante la inminente entrada de las tropas franquistas, seis políticos republicanos acudieron a Smerdou solicitando su protección. No podía cobijarlos en Villa Maya, junto con sus adversarios, así que los refugió en las oficinas del consulado de Argentina. «Fue Luis Bolín, primo de mi madre, que llegó con los nacionales, el que le dijo a mi padre: “Tienes que entregarme a esos seis que ocultas”», relata Luis. Smerdou no hizo caso al pariente de su esposa, famoso por haber alquilado el avión con el que Franco voló de Canarias al norte de África para asumir el mando de las tropas sublevadas.
El ya excónsul acudió con su problema a la maternidad del doctor José Gálvez, a quien había ayudado tiempo atrás. «Vamos a disfrazarlos de parturientas y me los traes aquí, que yo me encargo», le respondió el médico. Así les salvaron. A sus 88 años, a Luis se le saltan las lágrimas al relatar las peripecias de su padre en esos meses. «¿Quién metió a mi padre a salvar a tanta gente? ¡Nadie! Y sin embargo, los salvó», exclama orgulloso.
En los meses siguientes, la familia Smerdou, de nuevo reunida, tuvo que mudarse a otra casa en Málaga. Pese a haber protegido a centenares de personas, Smerdou estuvo en el punto de mira al ser sospechoso de connivencia con las autoridades republicanas y con sindicalistas y políticos de izquierdas. Fue sometido al temido expediente de depuración de responsabilidades que elaboró un instructor militar.
Se salvó gracias a las declaraciones de muchos de sus refugiados, que no escatimaron en halagos, tal como reflejan los documentos a los que ha tenido acceso ABC. José Pérez Bryan, por ejemplo, se mostró agradecido al «hombre todo corazón que le alojó en su consulado desinteresadamente»; Bernabé Dávila declaró cómo «después de tres meses de persecución cruel e implacable, destruido su hogar y condenados a muerte él y sus hijos, fueron acogidos en el consulado salvándose así todos de una muerte cierta», mientras que Antonio Herrero Montiel habló del «altruismo y buen corazón de D. Porfirio», gracias al cual se salvó a vecinos de Almogia.
Homenaje
Sin empleo, Smerdou se trasladó con su familia a Madrid, donde, aprovechando que hablaba seis idiomas, se dedicó a diversas actividades empresariales. Él fue quien logró la licencia para introducir el gasógeno en España antes de la llegada de la gasolina. Hubo que esperar hasta 1986 para que Smerdou recibiera un merecido homenaje por parte de los refugiados de Villa Maya. En aquel encuentro en Málaga recordaron las anécdotas que vivieron juntos, «como aquellos colchones enrollados y atados con cuerdas que se colocaban durante el día hasta en el techo para dejar espacios libres», como recordó Carmen Werner.
abc.es
Juan Ramón Domínguez Palacios
/ http://anecdotasypoesias.blogspot.com.es
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