Manel Bosch |
La tierna imagen de un agente de la Guardia Urbana de Barcelona meciendo a un bebé herido en pleno caos, poco después de que una furgoneta arrollara a los transeúntes que estaban en La Rambla el pasado 17 de agosto, dio la vuelta al mundo.
Manel, el protagonista de esa escena en una jornada que estuvo repleta de héroes anónimos, ocupó la portada de ABC del 18 de agosto, en la que aparecía junto a otro compañero atendiendo a un herido que, curiosamente, era el padre del bebé que poco antes había protegido como si fuera su propio hijo.
Un año después, rememora en este periódico el fatídico 17-A en el que murieron 16 personas en Barcelona y Cambrils y que, por desgracia, él vivió en primera línea.Manel, que lleva 11 años en la Unitat de Suport Diürn (unidad de apoyo diurno, USD por sus siglas en catalán) de la Urbana, estaba ese día destinado junto a un compañero en la zona del bullicioso Café Zurich, en plaza Cataluña, cuando una avalancha de gente hizo saltar las alarmas.
«En un primer momento pensé que había alguna persona con un cuchillo, pero cuando la gente se espació vimos un claro, como si se hubiera abierto el agua. La gente se empezaba a levantar y a acercarse a las víctimas». Sin pensárselo, se lanzaron Rambla abajo: «Todo lo que íbamos viendo era brutal», recuerda.
Instinto protector
Su instinto le decía que tenía que acercarse hasta la zona en la que estaba el peligro, aún sin tener ni la más remota idea de si había ocurrido un accidente o algo premeditado, pero su carrera quedó interrumpida cuando un compañero que estaba con un menor reclamó ayuda.
Su instinto le decía que tenía que acercarse hasta la zona en la que estaba el peligro, aún sin tener ni la más remota idea de si había ocurrido un accidente o algo premeditado, pero su carrera quedó interrumpida cuando un compañero que estaba con un menor reclamó ayuda.
«El bebé tenía contusiones, sangre y lloraba. Cerca había un carrito rojo tirado por el suelo, que debía ser el suyo. No vi a nadie que pudiera hacerse cargo de él y pensé “yo me quedo contigo para que no te pase nada. No te conozco, pero hoy no vas a morir. Si tengo que salir corriendo salgo contigo, si tengo que vaciar el cargador de la pistola lo hago contigo en brazos... Lo que sea, pero no te pasará nada”», relata. Manel consiguió que su llanto cesara; temió incluso que hubiera entrado en paro cuando el pequeño se calló y tuvo que mirarlo para confirmar que lo había podido calmar.
En esos minutos –lo recuerda como si fuera ahora– por la radio cantaron «furgoneta por encima de Rambla», y el agente pudo ver a lo lejos un vehículo en medio de la vía. Alucinado, pensó en cómo debería estar la zona a la que no había podido llegar si lo que había visto ya era terrible. Consiguió dar con una señora que conocía al bebé y que, todavía con el terror en la cara, se levantó del suelo y se pudo hacer cargo del menor. Liberado del pequeño, el agente pudo centrarse en otro herido, un hombre con la pierna rota que resultó ser el progenitor de su primer atendido y con quien acabó compartiendo la portada de ABC.
Manel no ha sabido nada más de esta familia francesa, pero cuando confirmó que no había ni una víctima mortal de origen francés respiró aliviado. Ahora, con el bonito recuerdo de que pudo ayudarlos, le gustaría contactar con ellos.
Este emocionante momento, que ahora puede narrar con parsimonia, fue solo uno de los muchos que vivió esa jornada laboral interminable que tenía que acabar a las 22 horas y se alargó hasta pasadas las 2 de la madrugada.
Tras su primera atención, estuvo en los aledaños del mercado de la Boquería, por donde huyó el autor de la masacre, Younes Abauyaaqoub, colaborando en el dispositivo de búsqueda: implantando los perímetros de seguridad en La Rambla y en plaza Cataluña, ayudando a vaciar las calles, despejando a los centenares de confinados, atendiendo a transeúntes que estaban aterrorizados y sin saber dónde ir… Fue un día intenso en el que, como centenares de compañeros, Manel no bajó ni un minuto la guardia para dar lo mejor de sí mismo.
«Todo el mundo nos hacía caso a la primera, cuando les pedíamos en inglés o castellano que se metieran en edificios.
A veces, en nuestra profesión, la gente te discute, pero en ese momento la mirada que transmitíamos era de que o nos hacían caso o podían acabar muriendo. No había más». En su caso, se sentía «activado al 100%. El tiempo se había ralentizado y mis percepciones del espacio y el tiempo estaban como potenciadas por mil». Para explicarlo, habla del «efecto túnel» al que un agente se somete cuando atiende a un ciudadano y focaliza todo en ese caso: «Ese día no, ese día yo era absolutamente consciente de lo que estaba pasando a mi alrededor. No sé por qué, pero sabía que el peligro no estaba allí».
«Organizados con la mirada»
Si otra cosa puede, y quiere, destacar el urbano de ese día es de la enorme colaboración que hubo entre miembros de Mossos d’Esquadra, el Cuerpo Nacional de Policía, agentes de paisano... «Muchos no nos conocíamos, pero nos organizábamos con la mirada. Fuimos todos a una», recuerda emocionado, al tiempo que resalta que hubo una comunicación brutal. A Manel le viene a la cabeza un ejemplo: por su despliegue habitual, los urbanos conocen mucho más la zona que otros policías que estuvieron esa tarde en La Rambla y pudieron así despejar dudas sobre personas con problemas psicológicos o de drogas que frecuentan la calle y que, el 17-A, en pleno caos y con mil suposiciones abiertas, podían parecer autores sospechosos de la matanza.
«Organizados con la mirada»
Si otra cosa puede, y quiere, destacar el urbano de ese día es de la enorme colaboración que hubo entre miembros de Mossos d’Esquadra, el Cuerpo Nacional de Policía, agentes de paisano... «Muchos no nos conocíamos, pero nos organizábamos con la mirada. Fuimos todos a una», recuerda emocionado, al tiempo que resalta que hubo una comunicación brutal. A Manel le viene a la cabeza un ejemplo: por su despliegue habitual, los urbanos conocen mucho más la zona que otros policías que estuvieron esa tarde en La Rambla y pudieron así despejar dudas sobre personas con problemas psicológicos o de drogas que frecuentan la calle y que, el 17-A, en pleno caos y con mil suposiciones abiertas, podían parecer autores sospechosos de la matanza.
«Es solo una tontería, pero descartar posibles amenazas era básico y con nuestra experiencia en el día a día ayudamos mucho», rememora. «A toro pasado es muy fácil decir “yo estuve allí” pero ese día no sabías cómo ibas a acabar», insiste, recalcando el «valor» de todos los compañeros, pero también de comerciantes, taxistas y ciudadanos que anónimamente lo dieron todo para ayudar.
Al día siguiente, a las 8 horas, ya volvió al trabajo. Y el sábado también. «Había que estar, y cuantos más mejor. No había reloj». Aún con la pena muy latente, Manel patrulló especialmente emocionado al ver las enormes muestras de agradecimiento.
Agente
desde 2005, ejemplifica que su unidad, la USD, es «como un parche que está en todos los “fregaos”»: cubre manifestaciones, celebraciones de fútbol, fenómenos como el «top manta»… «No es una profesión fácil. Cada día intentamos darlo todo y siempre hay un garbanzo negro que puede fastidiar la olla, y en nuestro caso siempre destaca solo lo malo. Pocas veces nos dan las gracias y que de repente vean que no solo pones multas es un orgullo», reitera.
Por todo ello, Manel considera que ha podido pasar página. «Lo tengo en la mente, no se me olvida, pero no he necesitado ni psicólogo ni medicación como otros compañeros».
El fatídico 17-A patrullaban compañeros que hacía un mes y medio que habían salido de la escuela policial y que no habían asistido ni a un solo caso con víctimas mortales.
Los 400 metros que corrió
Haber podido sobrellevar las emociones no quita que a Manel le cueste, como a muchos compañeros, pisar La Rambla después de todo. «Los primeros días era muy duro. Pensaba constantemente en mi actuación y en qué podía haber hecho mejor», narra con tristeza. Pese a llevarlo bien, Manel no borrará de su mente momentos como cuando, esa misma noche, volvió al Zurich, allí donde había empezado su intervención.
Los 400 metros que corrió
Haber podido sobrellevar las emociones no quita que a Manel le cueste, como a muchos compañeros, pisar La Rambla después de todo. «Los primeros días era muy duro. Pensaba constantemente en mi actuación y en qué podía haber hecho mejor», narra con tristeza. Pese a llevarlo bien, Manel no borrará de su mente momentos como cuando, esa misma noche, volvió al Zurich, allí donde había empezado su intervención.
Quedaban todas las señales de la tragedia: mesas con cervezas, cafés y bocatas y tapas a medio comer, sillas tumbadas, maletas abandonadas. Y nadie en la calle. «Era como su hubiera pasado una avalancha, una bomba atómica. Veías La Rambla y parecía el fin de la humanidad, como si fuera una película. Pero era la puta realidad». Para él, y para la gran mayoría de efectivos de emergencias que trabajaron el 17 de agosto de 2017 quedará marcada como la jornada profesional más dura.
En su caso, «lo es por los 400 metros que bajé corriendo hasta que me detuve con el bebé. Por mucha experiencia que tengas, habrás visto uno, dos, tres muertes en el mismo día. Lo que vi yo en ese trayecto no se me va a olvidar nunca: personas delirando, otras en las que ves que ya no puedes hacer nada…». Confiesa que tiene dos imágenes grabadas, de las que no quiere ni hablar, y menciona apenado que «el haber llegado tarde, el no haber podido evitar esas dos imágenes es lo más duro y lo que se quedará para siempre».
abc.es
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://anecdotasypoesias.blogspot.com.es
Juan Ramón Domínguez Palacios
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