Me decía ayer un médico amigo -no creyente- sobre la pandemia: Estamos poniendo todos los medios para vencer al coronavirus. No será fácil. Pero estamos confiados: nuestra sanidad es una de las mejores del mundo.
No lo niego -le respondí- pero te olvidas de acudir a Dios, providente y misericordioso, en cuyas manos nos encontramos.
Me miró con escepticismo y me contestó: ¿Y donde está ese Dios tan bueno y misericordioso? Si existiera, no hubiera permitido esta catástrofe.
Después de recordarle que el ateísmo es antinatural. Que basta la contemplación del universo para descubrir una Inteligencia Infinita detrás de él, le dije:
- La respuesta la tienes en la libertad personal que disfrutas. Dios no entrará en tu corazón y en tu casa si no se lo permites. Él respeta la libertad que te ha dado. Dios te ayudará a vencer la pandemia si se lo pides. Es la hora de pedirle que venga a los hogares y a los corazones en los que no está, porque no le hemos permitido la entrada.
- Hace muchos años que no rezo -me respondió-, perdí la fe en mi adolescencia cuando murió uno de mis amigos y Dios no hizo nada. No sé como hacerlo.
- Pues utiliza la oración de los ateos: Señor, si es verdad que existes, auxilia a estos pacientes afectados por la pandemia. Que recuperen la salud perdida. Te escuchará. Y tus enfermos te lo agradecerán.
- Me costará mucho hacerlo -me dijo- pero lo intentaré.
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