Refiere Jesús Urteaga en un interesante libro, “Dios y los hijos”, una anécdota clara y sugerente. Una madre, poco experta en pedagogía, está machacando a su hijo de siete u ocho años con las dolencias del “abuelito”: “No hagas ruido, que le duele la cabeza al abuelito”;”no corras, que molestas al abuelito”;”no grites, que haces daño al abuelito”...
Llega un momento en que el crío exclama por lo bajo:
- “¡Ojalá se muera el abuelito!”
Llega un momento en que el crío exclama por lo bajo:
- “¡Ojalá se muera el abuelito!”
Muchas veces se presenta a Dios como un freno, un obstáculo para lo que a uno le gusta. Cuantos padres y, sobre todo madres, consciente o inconscientemente, inculcan a sus hijos esa visión de Dios. Eso lleva a que acaben viendo al Señor como un estorbo. Y los estorbos tendemos a sacudirlos.
Necesitamos comprender que el Señor lo único que quiere es nuestro bien. Lo que nos pide, podrá costarnos, pero es lo que más nos conviene.
El estorbo se maldice. La medicina, aunque amargue, si nos cura, se agradece.
Dios no es un freno. Es el mayor estímulo.
Agustín Filguerias
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