Nuestra labor como padres se resume en preparar a nuestros hijos para superar obstáculos y acompañar su crecimiento
Han corrido por Twitter y por los medios de comunicación de medio mundo las imágenes del cantante británico Rod Stewart
deshecho en lágrimas de alegría tras la victoria de su equipo, el
Celtic de Glasgow, ante el poderoso Barcelona. Ocurrió en el partido de
vuelta de la Liga de Campeones: el equipo local, mucho más débil que el
rival, se impuso por dos goles a uno. Al final del partido, como no
podía ser menos, el estadio estalló de alegría, y las cámaras recogieron
la imagen del rockero agarrado a su pañuelo llorando al ver a su equipo
superarse a sí mismo y conseguir una victoria histórica.
Las
lágrimas de Rod Stewart nos ha recordado la emoción que siente todo
padre, toda madre, que ve que sus hijos van consiguiendo objetivos:
comienzan a caminar, dicen sus primeras palabras, meten una canasta,
aprueban un examen, consiguen un trabajo… Nuestra labor como padres se
resume en prepararlos para superar obstáculos y acompañar su
crecimiento. Por lo general, tendremos que verlos desde la grada o desde
el palco, no podremos bajar al terreno de juego para tirar por ellos la
falta o sustituirlos en la barrera. Pero, cuando cumplan un objetivo,
grande o pequeño, no podremos menos que sentir una emoción que solo
pueden sentir los padres y que se parece al llanto de Rod Stewart.
Como decimos en Aprender de los hijos,
ellos nos necesitan para llegar a no necesitarnos. Si en algún momento
somos imprescindibles, lo somos para acabar no siéndolo. Este es nuestro
destino como padres y nuestro triunfo: ser prescindibles. Se podría
decir que somos como el Guadiana: aparecemos en sus vidas para acabar
desapareciendo sin dejar de estar. Ésta es la condición de padres. Los
hijos son nuestros, es verdad, les hemos dado la vida, nos desvivimos
por ellos, pero su vida es suya, no nuestra.
Se
puede decir que, desde que nacieron, comenzamos a ser prescindibles.
Cortamos su cordón umbilical en la sala de partos, le soltamos la mano
para que comenzara a caminar, le quitamos las ruedecillas adicionales de
la bici para que aprendiera a ir a dos ruedas, le animamos a que
continuara sus estudios en el extranjero, adonde se nos iba el corazón.
Y
nos tocará dejarlos caminar solos, como cuando soltamos la mano del
sillín de la bici y los vimos alejarse haciendo eses. Atentos por si se
caían, al poco rato, ya los veíamos correr alegres. Mientras se alejan
les daremos las gracias por habernos enseñado tanto, por habernos hecho
mejores personas, por haber renovado nuestra vida, una vida que ya no
podemos concebir sin ellos. Lloraremos, quizá, como Rod Stewart, y como
él entonaremos desde la grada el himno de nuestro equipo: You’ll Never Walk Alone, nunca caminarás solo.
Pilar Guembe y Carlos Goñi
Familia actual / Almudí
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