lunes, 22 de junio de 2020

La aldeíta de Vivar

Se llamaba Rodrigo Díaz. Había nacido en la aldeíta de Vivar, una de esas aldeas de la parte más alta de Burgos, de casas bajas y de color pardo, que parece que se agachan y aprietan, como un bando de gorriones contra el suelo, pardo también, para confundirse con él y que no se las vea. 

La tierra que rodea la aldeíta es también como ella, disimulada y humilde. Parece un desierto de color muerto y tostado. Sin embargo, es tierra rica, de pan llevar, que da buen trigo y buena cebada. Aquel buen caballero, Rodrigo Díaz, que allí nació, fue como esa misma tierra: serio, callado, talentoso, sin grandes apariencias y ruidos. 

Su cosecha no fue vistosa cosecha de flores. Fue cosecha de trigo. Cosecha de grandes hechos y de sabias lecciones. Por ser en todo pardo y sencillo, como su tierra, no era de la principal nobleza, aunque sí de familia honrada y de limpio linaje. Luego, por sus hechos, alcanzó gran renombre. Los moros le llamaron Cid, que quiere decir Señor; y los cristianos Campeador, o sea hombre de batallas y combates.

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