Allí le esperaba más de un mes de convalecencia, con periodos de aislamiento y soledad. “Al principio no sabía que tenía COVID, tenía las articulaciones de pies y piernas como si me las hubieran atado con una cuerda y apenas podía moverme; me dijeron que con tacataca y rehabilitación se arreglaría”, relata.
Durante un tiempo, a Vitorina no le respondía el lado derecho del cuerpo, a veces cojeaba y caminaba con bastón. Una noche se puso peor. “Me inflé como si fuera un globo”. Finalmente llegó el temido diagnóstico: padecía coronavirus, que le desencadenó una neumonía. Además cogió una bacteria hospitalaria y tuvo un neumotórax que hizo temer por su vida. Pero todo lo fue superando. Ahora solo tiene palabras de agradecimiento para quienes le cuidaron allí, y quienes ahora la cuidan.
UNA NOCHE SE PUSO PEOR. “ME INFLÉ COMO SI FUERA UN GLOBO”
Pensó en la muerte muchas veces. “La balanza podía inclinarse a un lado o al otro”, recuerda. En esos momentos se ponía en las manos de Dios, y acudía a la Virgen de la Merced, pidiéndole la merced de seguir viviendo. “Amo la vida, y me gustaría seguir viviendo”, afirma.
“Amo la vida, y me gustaría seguir viviendo”
Para los que están pasando por la prueba del coronavirus, Vitorina tiene un mensaje claro: “que tengan fe, mucho ánimo, que no se hundan, que no pierdan la esperanza. La vida es el don más grande, y vale la pena luchar por seguir viviendo”.
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