lunes, 18 de noviembre de 2013

Auguste COMTE

   
El siglo XX hereda del XIX tres poderosas concepciones ateas de la vida: el positivismo, el comunismo y el irracionalismo. En el origen de esta triple herencia, encontramos, respectivamente, a Comte, Feuerbach y Nietzsche. Auguste Comte 

La religión positivista 

   En La filosofía de Augusto Comte, escribe Levy-Bruhl: «La historia de la humanidad puede ser representada, en cierto sentido, como una evolución que va de la religión primitiva (fetichismo) a la religión definitiva (positivismo).» Hablar de religión positivista sonará siempre a metáfora. Sin embargo, por increíble que pueda parecer, Comte diviniza su propio método y se declara fundador y Sumo Pontífice de esa nueva religión: Estoy persuadido de que, antes de 1860, predicaré el positivismo en Notre-Dame como la única religión real y completa. 


   El propósito de regenerar la sociedad asume en Comte la forma de una religión en la que se sustituye el amor a Dios por el amor a la Humanidad: el Ser que engloba y trasciende a todos los individuos. A imitación del universalismo católico, Comte crea su propio sistema eclesiástico y lo dota de dogmas filosóficos y científicos, ochenta fiestas, nueve sacramentos y sacerdocio. Habrá un bautismo laico y los días estarán consagrados a cada una de las siete ciencias. 

Los institutos científicos serán los nuevos templos laicos, habrá un Papa positivista, los jóvenes obedecerán a los ancianos y estará prohibido el divorcio. Comte no simpatiza con el ateísmo a secas, pues le parece una postura negativa y pobre, que deja insatisfechas en el corazón del hombre las necesidades a las que Dios había respondido. En cambio, la nueva religión positivista orienta nuestros sentimientos y pensamientos hacia la Humanidad, «el único y verdadero gran Ser, del cual somos conscientemente miembros necesarios». 

De esta manera, «la Humanidad sustituye definitivamente a Dios». Y un día, convertida la catedral de Notre-Dame en el gran Templo occidental, «la estatua de la Humanidad tendrá por pedestal el altar de Dios». El positivismo es esencialmente una «religión de la Humanidad». Comte no dudaba en oponer a los «esclavos de Dios» a los «servidores de la Humanidad». Y «en nombre del pasado y del porvenir» invitaba a éstos, únicos capaces de «organizar la verdadera Providencia», a apartar para siempre a aquellos «perturbadores y reaccionarios». En su personal propuesta política, Comte excluía de los puestos directores de su ciudad, «por ser reaccionarios y perturbadores», a «católicos, protestantes y deístas»; en una palabra, «a todos los diversos esclavos de Dios». En el peculiar calendario de la religión positivista, Compte ha previsto que se dé culto, según los meses y los días, a grandes bienhechores de la Humanidad: científicos, políticos, filósofos, militares y fundadores religiosos. Entre estos últimos, encontramos a Confucio, Moisés y Mahoma, pero no aparece Jesucristo. 

El fundador de la religión de la Humanidad declara que «mirará siempre como una obligación sagrada la justa glorificación de sus predecesores», pero ignora sistemáticamente al más importante. Cuando necesita nombrarlo, utiliza una perífrasis y no disimula su hostilidad: «Este personaje», que no fue más que un «aventurero religioso», no ha aportado nada a la humanidad, y era «esencialmente un charlatán», un «falso fundador, cuya larga apoteosis suscitará en el futuro un irrevocable silencio». 

Si el cristianismo mira al cielo, la religión positivista mira a la tierra, y en ese sentido la política es el todo de esta religión. Lo mismo que Platón quiere que los filósofos gobiernen la polis, Comte aspira a que los positivistas gobiernen los Estados: 14 Apoderaos de la sociedad, pues os pertenece, no según derecho, sino por un deber evidente, basado en vuestra exclusiva aptitud para dirigirlo bien, ya como consejeros especulativos, ya como dirigentes activos. No hace falta disimular que los servidores de la Humanidad vienen a sustituir a los servidores de Dios en todos los aspectos de los asuntos públicos, porque han sido incapaces de interesarse bastante por ellos y comprenderlos realmente.

José Ramón Ayllon, Dios y los náufragos, Ed Belacqua

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