domingo, 4 de septiembre de 2016

«Aquí he aprendido a amar»

Ramón en Premdan
Tras superar sus reparos sobre la pobreza y la enfermedad, el ingeniero madrileño Ramón Martín vuelve de la India, un rincón al que nunca pensó ir y que le ha transformado por completo.

De todos los países que hay en el mundo, el último al que habría viajado el madrileño Ramón Martín es la India. Pero, como los caminos del Señor son inescrutables, aquí ha acabado este verano y aquí es donde, posiblemente, haya vivido una de esas experiencias que le cambian a uno la vida.

A sus 38 años, este ingeniero aeronáutico de Airbus en Getafe se había propuesto para las vacaciones hacer algo distinto y ayudar a los demás. Mientras buscaba proyectos de cooperación en África o con los refugiados de Siria, una de sus primas le recomendó que se uniera a las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, donde ella había sido voluntaria hacía 19 años. Cuando consultó su web, a Ramón le convenció rápidamente lo que leyó: «Para venir aquí no hace falta llamar ni avisar, basta con tener un corazón grande y ganas de ayudar».

Un rincón desprotegido
Aquello le gustó, pero nada más aterrizar se topó con la infernal realidad de Calcuta, uno de los lugares más duros de la Tierra y donde buena parte de sus 15 millones de habitantes nacen, viven y mueren en la calle. «Aunque venía con muchas ganas, el primer día pensé que no lo iba a aguantar», reconoce Ramón, quien también confiesa que «al principio tenía reparos en tocar a los pacientes» de la casa de Premdan, donde las Misioneras de la Caridad y un centenar de empleados acogen a medio millar de desahuciados, en su mayoría disminuidos físicos y psíquicos.

Ahora los abraza, juega con ellos y les da masajes para aliviarles sus dolores porque, como él cuenta, «en este mes he aprendido a perder prejuicios sobre la pobreza y la enfermedad, he aprendido a amar un poco más». Desde luego, no resulta nada fácil porque en la casa de Premdan se ve todo tipo de casos que harían apartar la vista a cualquiera, desde monstruosas malformaciones por la polio hasta horribles amputaciones. Cada día, las monjas curan heridas en la piel infectadas con gusanos o llagas en carne viva y limpian a quienes se hacen sus necesidades encima. A pesar de tan ingrata tarea, lo hacen con una sonrisa beatífica en el rostro, que solo se les borra cuando pierden a un paciente.

«Desde un punto de vista espiritual, he aprendido mucho de la obra de la Madre Teresa y las hermanas», desgrana Ramón. Lo que más le ha sorprendido es «la amabilidad, la curiosidad y la felicidad» que se respira en Premdan, un edificio digno que se levanta sobre antiguos almacenes cedidos por una farmacéutica en el arrabal de Tiljala. «No puedo estar más contento», se congratula. Ha cambiado incluso su billete de regreso a España para vivir hoy en Calcuta la canonización. Admite que no sabe si repetirá en la India, pero promete hacer algo como voluntario. «Vuelvo cambiado, con energías renovadas y una nueva visión», afirma Ramón.

abc.es

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