Mi carácter impulsivo, cuando era niño me hacia reventar en cólera a la menor provocación, la mayoría de las veces después de uno de éstos incidentes, me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado.
Un día mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó al salón y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo:
– ¡Estrújalo!
Asombrado obedecí e hice con él una bolita.
– Ahora -volvió a decirme- déjalo como estaba antes.
Por supuesto que no pude dejarlo como estaba, por más que traté el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
– El corazón de las personas -me dijo- es como ese papel… La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
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Juan Ramón Domínguez Palacios
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