Susanna y Salva se han casado en plena pandemia, con familia y amigos siguiendo la ceremonia por 'streaming'
De 130 invitados pasaron a solo cuatro, comieron arroz caldoso y ahora difrutan de una confinada luna de miel.
Susanna le pidió a la virgen un novio, y a poder ser, que fuera valenciano. Porque en los días que pasó en la ciudad de las fallas, invitada por una amiga, conoció a un montón de muchachos que le parecieron encantadores.
La providencia fue bondadosa y meses después conoció a Salvador; valenciano, por supuesto. Tras dos años y medio de noviazgo, tenían previsto casarse el pasado 21 de marzo, pero no pudo ser, como es obvio. Se les interpuso el COVID-19 y tuvieron que improvisar.
Tras mucho darle vueltas, y porque querían vivir juntos el confinamiento, pues ella seguía residiendo en su Girona natal, decidieron adaptarse a las circunstancias. Se dieron el 'sí, quiero' en la intimidad, con cuatro personas a su alrededor, con muchas otras decenas siguiendo la ceremonia por 'streaming' desde casa. El amor en tiempos de pandemia.
Ella tiene 38 años y es arquitecta. Él tiene 45, es ingeniero industrial y trabaja en la siderúrgica ArcelorMittal. Susanna bajó a Valencia una semana antes del enlace. Le esperaban los últimos retoques en el vestido, los detalles del banquete, la música de la fiesta, la colocación de las flores, el orden de las mesas..., lo propio de esas jornadas previas al que, dicen, es uno de los días más bonitos en la vida de un ser humano.
Dos semanas atrás se había diagnosticado el primer caso de coronavirus en la península, una mujer italiana residente en Barcelona que había traído el bicho de su país natal. Conforme la cosa fue creciendo -tampoco ayudó que se anularan las fallas- se fueron sucediendo las llamadas a Susanna y a Salva por parte de familiares y amigos.
Que lo sentían mucho pero que quizás no era prudente viajar. Y excusaban su ausencia. El lunes anterior a la boda ya tenían 50 bajas entre los 130 invitados. No les hizo falta tomar la decisión porque el Gobierno, con el decreto de alarma, puso la puntilla a sus planes.
Cambio de iglesia
"Teníamos muy claro que queríamos seguir adelante", sostiene Salva. Una misión sin duda impulsada por la fe, puesto que ambos son católicos y siempre tuvieron claro que su vida en común requería cumplir antes con el sacramento del matrimonio.
Anularon toda la parafernalia y avanzaron el enlace al 19 de marzo, festividad de san José, el mismo día, pero tres años después, en el que Susanna le pidió ese favor a la Virgen. Tenían que casarse en la basílica de San Vicente Ferrer, pero 24 horas antes les dijeron que no sería posible porque la iban a cerrar. Otro bache por superar.
Encontraron repuesto en el último suspiro: la iglesia de San Juan del Hospital. "Teníamos comprados mi vestido y el chaqué de Salva, pero decidimos casarnos sin ellos y guardarlos para más adelante, cuando todo esto pase y tengamos ocasión de celebrar otra ceremonia o una acción de gracias en la que ya entraremos juntos, como marido y mujer", relata Susanna.
¿Es esta una historia de amor con inicio catastrófico? Ni mucho menos. Dice Salva que les ha quedado un recuerdo imborrable. "Después de cómo ha ido todo, de cómo ha respondido la gente que nos quiere desde la distancia, ni mucho menos tengo la sensación de injusticia o de que todo se ha ido al traste".
El altar parecía una comedia italiana, con el cura, dos testigos, una amiga de la novia y otro párroco hermano de un amigo que puso la tecnología para que los allegados pudieran seguir la ceremonia desde casa como quien atiende a una etapa del Tour de Francia.
Muchos familiares y amigos incluso se vistieron de boda para seguir el acto, que terminó con el tradicional lanzamiento de ramo que cogió al vuelo, rauda y veloz, la amiga soltera de la novia. Esas flores, por cierto, las cogió prestadas de entre las que estaban apoyados junto a la virgen. "Cuando pueda tener mi propio ramo, volveré para devolverle el favor".
Durante la ceremonia, los invitados virtuales fueron mandando mensajes a los novios. Una narración en directo que incluía frases como "este amor no hay virus que lo pare" o "esta boda es histórica". Ya como marido y mujer, cogieron el coche, cada uno el suyo para cumplir con el decreto del Gobierno, y fueron a comer a casa de los padres de Salva.
Primera comida en casa de los suegros para Susanna. Llegar y besar el santo. "El menú de la boda era buenísimo. Lo fuimos a probar con una de mis hermanas y un ahijado y nos encantó. Pero ese día comimos arroz caldoso, también perfecto".
El padre de la novia se perdió el momento de entrarla a la iglesia. El padrino tuvo que mandar el verso por Whatsapp. No hubo vals, ni novios para esa pareja que no termina de decidirse. Tampoco se les hizo de día bailando y no hubo flechazo entre el compañero de trabajo de Salva y la prima de Susanna.
"Pero no ha sido triste ni dramático y todo el mundo nos ha dicho que nos veían felices y contentos". Tampoco han tenido viaje de novios. Tenían previsto volar a Sicilia el lunes 23 de marzo. Ese día, cuentan, hicieron un avión de papel en casa, y tan a gusto. Lo han tenido que aplazar hasta nueva orden. Ahora les toca aprender a convivir, y lo harán por la puerta grande, puesto que pasan las 24 horas del día juntos. Una luna de miel confinada. ¿Y los niños? "Dios dirá". Amén.
Carlos Márquez Daniel,
en elperiodico.com.
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